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COLUMNA

La voz del Obispo

La vocación de todos los bautizados a la misión

El mundo, la sociedad, las familias, los jóvenes, necesitan de la luz del evangelio. Por ello, la vocación de cada bautizado es la misión.

18 octubre, 2023
La vocación de todos los bautizados a la misión
Misión en la Arquidiócesis de México / Foto: Especial

Un aspecto esencial de la vida cristiana es la pertenencia de cada bautizado a la Iglesia, pues Dios ha querido salvar a los hombres formándose un pueblo e integrándolos a ese pueblo, que es la Iglesia.

Ahora bien, la principal tarea que Dios le ha confiado a la Iglesia, y por lo tanto a cada bautizado, es evangelizar. Así lo escribió san Paulo VI:

 «La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia […] evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa»[1].

 Por eso, la vitalidad de la Iglesia depende de su ímpetu misionero y sólo en la medida en que la Iglesia vive la misión se fortalece y se renueva.

Ahora bien, la misión de la Iglesia consiste en anunciar y comunicar a los hombres el amor y la vida que Dios ha dado al hombre mediante la encarnación y el misterio pascual de su Hijo Jesucristo y el envío del Espíritu Santo.

     Así, la misión de la Iglesia continúa y hace presente, el triple ministerio de Jesucristo: profético, sacerdotal y real. En este sentido, la misión de la Iglesia presta un servicio a la verdad (anunciando la revelación en Cristo y la verdad sobre el hombre), a la santidad (introduciendo a los hombres en la vida trinitaria por los sacramentos) y a la caridad (por el servicio y la fraternidad).

 Por lo tanto, el compromiso misionero, es decir, el deber de anunciar a la persona de Jesús dando testimonio de palabra y de obra, atañe a todos los cristianos y no deberíamos sustraernos a esa misión, cualquiera que sea nuestra vocación en la Iglesia y en el mundo, pues como escribiera el Papa Benedicto XVI: «Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él»[2].

El mundo, la sociedad, las familias, los jóvenes, necesitan de la luz del evangelio. La reciente celebración del Domingo mundial de las misiones es un recuerdo de la vocación misionera de todo bautizado y un estímulo para renovar nuestro compromiso con la misión de la Iglesia desde nuestra propia vocación y realidad personales. 



El mundo sigue necesitando de discípulos y misioneros capaces de anunciar con valentía y creatividad el amor de Dios manifestado en Cristo.

No podríamos ni deberíamos permanecer inmóviles o indiferentes ante un mundo y una sociedad cuya necesidad de evangelización nos desafía a cada momento.

El Papa Francisco no ha cesado de recordarnos a todos los miembros de la Iglesia nuestro llamado a la misión. Uno de los grandes objetivos del sínodo sobre la sinodalidad que se está celebrando durante estos días en Roma es, justamente, discernir de qué forma, en la complejidad y multiplicidad de contextos actuales, la Iglesia necesita renovar su impulso misionero y seguir anunciando el evangelio de Jesucristo, como “Iglesia en salida”, en estado permanente de misión, yendo a las “periferias existenciales” donde más se necesita la luz y la belleza del evangelio.

Recordemos las palabras del Papa Benedicto XVI al inaugurar la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil: “[…] Solo quien reconoce a Dios conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano […] Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad”.


[1] PAULO VI, Evangeli nuntiandi, n. 14.

[2] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis, no. 84.

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