Ojos azules bondadosos, de mirada penetrante; narizoncito, delgado y aparentemente frágil, tuvo en realidad una fortaleza de hierro. San Pablo VI fue nombrado Papa en un Cónclave en 1963, durante el Concilio Vaticano II, iniciado por su predecesor, San Juan XXIII en 1962, y le tocó presidir y concluir dicho Concilio en 1965. La Iglesia celebra el 29 de mayo a san Pablo VI.
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En un tiempo en el que las aguas del mundo estaban agitadas por una verdadera revolución moral y sexual, supo mantener firme la mano en el timón de la Iglesia, a pesar de que los vientos le eran contrarios.
Su Carta Encíclica Humanae Vitae, escrita y publicada en 1968, fue en su momento muy incomprendida y atacada por quienes esperaban que la Iglesia ‘modernizara’ su postura con relación a la regulación de la natalidad, pero ahora, cincuenta años después, no sólo se ha revalorado la verdad y belleza de lo que escribió sobre la unión conyugal, sino que ha quedado ampliamente comprobado que lo que proponía era lo mejor, y que su advertencia sobre los males que traerían los medios artificiales de anticoncepción, fue una verdadera profecía, que se cumplió más allá de lo que ni siquiera él mismo imaginaría.
En la introducción a su Encíclica, san Pablo VI comentó que como muchos se preguntaban si no sería necesario que la Iglesia revisara su postura con relación a la regulación de la natalidad, y como es el Magisterio de la Iglesia el que debe guiar a los fieles en cuestiones de moral, constituyó una Comisión que estudió el tema y le rindió un informe, y que él mismo dedicó al asunto mucho tiempo de reflexión y oración.
Concluyó que, como todo asunto humano, la Iglesia no ha de verlo sólo desde el punto de vista humano, sino a la luz de Dios.
En su Encíclica afirma que los esposos son “colaboradores libres y responsables de Dios Creador”. Y en ese sentido, el amor conyugal debe ser “sensible y espiritual al mismo tiempo”, total, fiel y exclusivo hasta la muerte, y fecundo. Y si por razones graves, los esposos deciden limitar el nacimiento de sus hijos, pueden hacerlo, pero respetando el ritmo natural del organismo y nunca con métodos artificiales.
San Pablo VI vislumbraba graves peligros para la sociedad si se generalizaba el uso de anticonceptivos. Destacaba al menos tres:
En una sociedad que alienta la promiscuidad, la pornografía, toda clase de relaciones sexuales, la Humanae Vitae es considerada una ‘antigualla’ que hay que olvidar. Pero las estadísticas muestran que tenía razón. A partir de la difusión de anticonceptivos, ha habido más divorcios, y la mentalidad ‘anti-vida’ amplió sus horizontes: aumentaron los abortos (para ‘arreglar’ los ‘fallos’ de los anticonceptivos), se aprobó la eutanasia, y muchos países, como China, enfrentan el problema de la disminución de su población.
Ojalá que esta fiesta de san Pablo VI anime a que muchos presten oídos a su profética voz, y amolden su vida sexual, en soltería o conyugal, a la voluntad de Dios.
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