La relación entre el padre Moisés Lira Serafín y las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada
El padre Moisés Lira acompañó a la congregación de Misioneras de la Caridad de María Inmaculada durante 16 años de 1934 a 1950.
Las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada no sólo tenemos una crónica, una historia, sino también un origen teológico o, mejor, cristológico. Las necesidades socio-eclesiales que el padre Moisés Lira comprobó en la sociedad y en la Iglesia de su tiempo (1922-1950) fueron el pretexto y la ocasión de que se sirvió el Espíritu Santo para abrir en su Iglesia -y para su Iglesia- este nuevo camino del Evangelio.
El padre Moisés Lira Serafín, no pretendió dar una respuesta social a un problema social; sino dar una respuesta evangélica a una necesidad social, y principalmente a una necesidad espiritual. Por eso fundó esta Congregación religiosa, el 29 de marzo de 1934, en la Ciudad de México.
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El origen de nuestra Fundación es cristológico y carismático; es un don divino y un modo evangélico de vida suscitado por el Espíritu Santo (Cf. LG 43; PC 1). Desde una íntima y real configuración con Jesucristo en el misterio de la filiación divina y mariana -y en el misterio de la “infancia espiritual”-, descubrió el carisma de fundador. Los siguientes párrafos reflejan la inspiración de Dios para fundar a las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada:
“Y yo siento, hijas, que una de mis misiones es ésa: la de aumentar las almas pequeñas, porque cualquier cosa que les digo, hasta las más insignificantes palabras, hacen mella en ellas. ¿Por qué?, sencillamente porque es Jesús quien lo hace en mí y por mí”. (Conferencia, 22/02/1939 en HASAP 2, p. 67).
“La misión que Dios puso sobre mí al traerme al mundo es precisamente la de intensificar ese espíritu de olvido propio, de humildad en lo natural y en lo sobrenatural. Quizás si Dios me hubiera propuesto esto, hubiera yo dicho “no”, pero Dios me fue llevando, sin duda. Claro que ustedes, como mis hijas, son mis queridas ‘colaboradoras’, las ‘continuadoras’ que darán mucha gloria a Nuestro Señor». (Conferencia, 04/08/1940 en HASAP 2, pp. 307-308).
“Dios las ha puesto en mis manos, yo no las he buscado; Jesús es el que lo ha hecho todo, Él me las ha entregado. Yo tengo esta misión, la misión de esparcir por donde yo vaya la semilla de la pequeñez espiritual, de aumentar, de acrecentar el número de almas pequeñas trabajando en todas las almas que Él pone en mi camino. Sí, Jesús me las ha dado de una manera muy especial y particular y, aunque indigno, me ha puesto como la fuente para que bebáis y os ha puesto en mis manos” (Homilía, 26/11/1943 en HASAP 3, p. 126).
El beato Moisés Lira Serafín vivió plenamente la filiación en Cristo, lo que se define como espíritu filial, “infancia espiritual”, condición necesaria para alcanzar el Reino de Dios. El niño es tomado por Jesús. Jesús mismo fue niño, ejemplo y modelo de un conjunto de actitudes que forman el colorido de la pequeñez espiritual: humildad, alegría, sencillez, bondad, caridad, confianza y abandono.
“La infancia espiritual es el espíritu de verdadera pequeñez, confianza y abandono en Dios Padre. Este espíritu no es otra cosa que el espíritu de hijos de Dios tal y como lo enseña Jesús en su Evangelio, como lo enseña la Iglesia y como lo han practicado los santos, especialmente santa Teresa de Lisieux”. (Conferencia, 17/05/1936, en HASAP 1, pp. 198-199).
Acompañamiento del beato Moisés Lira a su Congregación
El padre Moisés acompañó a la congregación de Misioneras de la Caridad de María Inmaculada durante 16 años -de 1934 a 1950-, a través de cartas, conferencias, ejercicios espirituales, visita a las comunidades. Manifestó siempre cercanía, afecto, comprensión, bondad, misericordia; exhortaba con suavidad y firmeza, fue un padre amoroso con su obra.
Transmitió el carisma de fundador con audacia. Movido por el Espíritu Santo, nos describió la página evangélica que configura la vida de la Misioneras de la Caridad de María Inmaculada: hijas pequeñas amadas del Padre. Comunicó a través del Diario espiritual, la experiencia fundante, de la espiritualidad de pequeñez; abrió su intimidad para revelarnos su fuerza espiritual a través de sus coloquios personales con Dios y desde ahí nos señaló la pedagogía del encuentro con Jesús Hijo amado del Padre.
Reveló la inspiración de Dios recibida por esta congregación: la caridad, por lo que señaló que deseaba que sus hijas fueran bienhechoras de la humanidad. Enfatizó que lo único importante en el estilo de vida propio era la vivencia de la filiación y la fraternidad, manifestados en el espíritu de familia.
La herencia que nos dejó para ser fieles al carisma y misión recibida, la sintetizó en el testamento espiritual: “Os dejo mi propio espíritu, el que Dios me dio para vosotras, ese caminito de pequeñez espiritual, de abandono. Nadie como vosotras ha recibido mi propio espíritu. Esa es la herencia que os dejo. Yo os pido por lo que más queráis y será el mayor consuelo que me daréis, que practiquéis ese espíritu. Será bien para vuestras almas, gloria de Dios y bien de la Iglesia. De lo contrario, prefiero que se destruya la obra si no llena el objeto principal, que es vuestra santificación por medio de vivir la humildad y la caridad” (Conferencia 26/11/1943, en HASAP 3, p. 126).
El lema que centra la dinámica de vida es: hacer siempre el agrado del Padre y en obediencia filial ejercer el Sacerdocio de Cristo siendo ‘Hostias vivas’ por la vivencia de la caridad exquisita: “Hermanas Eucarísticas de la Caridad es sinónimo de caridad exquisita, deben tener todas las virtudes y entre ellas debe sobresalir la caridad. ¡Qué satisfacción para mí! […] quiero que vuestros reglamentos y compromisos sean amplios para que sean más caritativas». (Carta, 01/11/1936).
Enfatizó que los medios prácticos para testimoniar la belleza de la santidad son: recogimiento, silencio, humildad, sencillez, alegría, la bondad, espíritu de oración y sacrificio oculto vividos desde la confianza y el abandono en los brazos amorosos del Padre y de María Inmaculada nuestra Madre.
Con todo esto, la congregación procurará apoyarse, en lo espiritual, en el espíritu de las Obras de la Cruz, principalmente en el de los Misioneros del Espíritu Santo. (Conferencia, 17/05/1936, en HASAP 1, p. 200).