El Evangelio del día (Marcos 16,15-20). En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”.
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
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Sobre el Evangelio del día. La misión a la que Jesús envía a los Once, y también a todos nosotros, es de carácter universal: debe abarcarlo todo, no dejar fuera a nadie. En este sentido, debemos ser como el sembrador que fue por todos los caminos sin ponerse a pensar: “Aquí no tiene caso sembrar, acá tampoco, acá menos”.
Él simplemente arrojó la semilla por todas partes. Y es que no le tocaba a él hacer que ésta germinara, lo suyo era solamente sembrar; el resto le tocaba a Dios.
Nosotros con frecuencia pensamos de esta manera: “A este no le hablo de Dios porque no tiene caso”, “A ella no le comparto este bello texto bíblico porque de seguro no le interesa” o “A él no le pido que me acompañe a Misa porque de seguro no querrá”. Y vamos dejando pasar oportunidades de tender puentes que permitan a otros acercarse a Dios.
Nos hace faltar captar que el Señor nos envía a una misión universal, que consiste en anunciar la Buena Nueva. He oído a hermanos separados decir: “Ningún católico me invitó jamás a Misa”, “Nunca me invitaron a su grupo de Biblia”, etcétera.
No hay que temer sembrar, hablar, invitar. Si la semilla cae en terreno duro, al menos hicimos el intento; pero puede ser que caiga en tierra buena.
Reflexión tomada del curso de Alejandra Sosa sobre San Marcos, en Ediciones 72.
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