Llegan las fiestas de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe y todo México sale a celebrar con devoción y alegría el amor maternal de esta preciosa doncella. ¿Qué tiene esta tilma que ha cautivado a propios y extraños? ¿Por qué genera tanta devoción esta humilde Señora del Tepeyac? ¿Qué ha hecho para que el corazón de todos los mexicanos se rinda a sus pies? Y no menos importante, ¿a qué nos compromete su presencia entre nosotros?

La aparición a Juan Diego en 1531 no pudo llegar en mejor momento; los españoles intentaban compartir su fe en la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo, pero no lograban encontrar una manera eficaz de comunicarla. Los pueblos nativos de estas tierras mexicanas estaban desconcertados, ¿dónde habían quedado sus dioses? ¿qué pasaría si ya no continuaban con sus costumbres? Toda su experiencia del mundo estaba “de cabeza”.

Y en ese contexto se hace presente María, aquella “Madre del Verdadero Dios por quien se vive”, con rasgos mestizos y signos cristianos e indígenas. Su mensaje está en la tilma, ella es la mujer que ha venido a traer esperanza, la madre de un nuevo pueblo, la mensajera que anuncia la paz. Su manto, su embarazo, sus manos juntas, la luna bajo sus pies, los rayos del sol, la mirada, cada detalle es un mensaje para indios y españoles; ambos entienden que ella es su madre, ambos encuentran consuelo y esperanza ante su presencia.

Pero su mensaje no quedó en el pasado, su mirada dulce y profunda, sigue cautivándonos a todos los mexicanos y a millones de católicos por todo el mundo. El pobre y el rico, la víctima y el ladrón, hombres y mujeres, niños y ancianos, todos experimentamos ante ella su protección amorosa, su intercesión segura y su consuelo materno. ¿Quién puede resistirse de no caer a sus pies y sentirse el más amados de sus hijos?

¿A qué nos compromete tan gran regalo? ¿Cómo ser dignos hijos de tan gloriosa madre? Ella misma se lo pidió a san Juan Diego, “quiero que aquí se me construya una casa donde yo pueda consolar a mi pueblo y mi hijo sea adorado”. Esta casita sagrada se ha construido en el Tepeyac, pero tiene que ser replicada en cada hogar, en cada familia y comunidad donde se venere su presencia.

Para construir esta casita sagrada no basta poner una imagen en nuestra casa; hay que invocar su intercesión como familia, reconocer la presencia de Jesucristo en nuestras vidas, comprometerse en ser testigos de su amor en nuestras relaciones, y acercarse como familia a Dios para escuchar su Palabra y recibir su bendición.

¿Quién estará dispuesto a cumplir la voluntad de nuestra Madre? Al acercarnos a ella y dejarnos mirar y consolar por ella, comprometámonos con su santo deseo de hacer de Cristo el centro de nuestras vidas para construir en cada hogar “una casita donde su hijos sea adorado”. ¿Cuántas familias Guadalupanas se han alejado de la Iglesia o quieren vivir “desde lejos” o “sin compromiso” su amor a nuestra Madre? No sigamos ese ejemplo, celebremos todos este gran don que hemos recibido en nuestra Madre Santísima, acercándonos todos a celebrar su gran amor y revitalizando nuestra fe en Cristo y su Iglesia.

Este año comenzamos el “novenario” de años para celebrar los 500 años de la aparición de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe al pueblo mexicano. Estén atentos a las redes de la Basílica y la Arquidiócesis para unirnos todos a esta gran celebración.

 

 

Mons. Héctor M. Pérez

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