El viernes 24 de junio fue revocada la jurisprudencia del juicio Rode vs Wade en Estados Unidos; en este juicio se afirmaba que el aborto era “un derecho humano universal” al que toda mujer podía tener acceso si vivía en Estados Unidos; este derecho implicaba tener que ofrecerle a las mujeres la posibilidad de abortar por cualquier razón y hasta el último momento previo a dar a luz.

Lo que la Suprema Corte de Estados Unidos aprobó en el juicio de Dobbs vs. Jackson, implica que el aborto no es un derecho universal, sino una decisión que la legislatura de cada Estado deberá tomar, a través de congresos electos democráticamente: ¿cómo ayudan a las mujeres que quieren interrumpir su embarazo? Como verán, no se prohibe, pero sí se acota el “derecho” a un aborto ofrecido por el gobierno; y lo más importante, se acaba con la idea de que el aborto “es un derecho universal de la mujer sobre su cuerpo” y se abre al diálogo para buscar caminos más dignos y justos para ayudar a los mujeres sin asumir que interrumpir la vida de un inocente es una solución digna.

Por otro lado, este sábado 25 de junio fuimos testigos de la marcha por el “orgullo gay”, en donde cientos de personas se manifestaron porque se reconociera su derecho a vivir su vida y su sexualidad de acuerdo a como ellos decidan. Ellos afirman que es motivo de orgullo vivir tu persona contrario a lo que tu sexualidad te indica; yo consideraría que es motivo de respeto, pero no de orgullo; a menos que pongamos como ideal de vida redefinir toda nuestra existencia, como si lo que nos dieron al nacer fuera una “masa de barro” completamente indeterminada para moldearla a nuestro gusto. Para nosotros, los católicos, la persona nace con atributos naturales y con un vocación al amor que ha de buscar realizar a partir de sus dones y no en contra de ellos.

¡Quien no se siente interpelado por tantas experiencias que retan nuestros paradigmas cristianos! Visiones diferentes sobre la humanidad se están gestando y la postura más fácil sería condenarlas por ser diferentes a nuestra visión. Ya san Juan XXIII había exhortado a la Iglesia a buscar nuevas formas de expresión de las verdades perennes del Evangelio, para que la vida que Cristo ofrece siguiera iluminando la realización de la humanidad.

Este es el gran desafío que hoy enfrentamos los cristianos: ¿Cómo anunciar el Evangelio con gozo y sin condenas en una sociedad tan polarizada? ¿Cómo dialogar con personas que prefieren privilegiar sus emociones sobre la razón? ¿Será posible un diálogo por la vida que respete a todos los actores? ¿O estamos condenados a seguir polarizando nuestras posturas y esperando que “el más fuerte” imponga su verdad?

En la búsqueda de la felicidad hay caminos muy diversos que exigen de quienes peregrinan por esta historia capacidad de escucha, honestidad y humildad para aprender del otro y construir caminos de vida, juntos. Tal vez alguien me dirá, ¿qué puedo aprender de una mujer que decide abortar; o de una persona que opta por una vida lésbico-gay? Precisamente, cuando no encontramos respuestas a estas preguntas es que deberíamos de atrevernos a realizar un “diálogo por la vida”. ¿Qué podemos aprender unos de otros al escucharnos con respeto?

Para nosotros creyentes en Cristo, la verdad está en Dios y es Dios; a nosotros nos toca la tarea de ir reconociendo esta verdad en nuestras vidas y nuestra historia guiados por el Evangelio de Jesús. En él, el ejemplo de Jesús y la luz del Espíritu Santo nos sirven para ir discerniendo y seguir haciendo actual y significativo el testimonio de Cristo. Dios necesita de corazones dispuestos y abiertos a discernir las huellas de Cristo que guían nuestros pasos hacia el Padre.

Difícil será un diálogo con quienes se han puesto en lugar de Dios para decidir “re crear” al ser humano según sus emociones; pero si no dialogamos ¿qué tiene de extraordinario nuestro amor?

Mons. Héctor M. Pérez

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