La voz del Obispo

¿Qué esperar del sínodo de la sinodalidad?

El sínodo de obispos es una experiencia de comunión y discernimiento eclesial que se estableció en la Iglesia desde 1965 por san Pablo VI. El buscaba recibir consejo de sus hermanos obispos para adaptar las maneras de cumplir la misión de la Iglesia a las necesidades y condiciones del tiempo y crear lazos más íntimos entre el Sumo Pontífice y los obispos del mundo entero.

En el Motu propio “Apostolica Sollicitudo establece estos tres fines para el Sínodo: a) fomentar la íntima colaboración entre el Sumo Pontífice y los Obispos; b) procurar que se tenga conocimiento directo y verdadero de las cuestiones y circunstancias que atañen a la vida de la Iglesia y a su acción propia en el mundo actual; c) facilitar la concordia de opiniones en los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto al modo de proceder.

Como se puede ver en estas palabras de Pablo VI, existía en él una preocupación genuina por mantener fiel el cumplimiento de la misión de la Iglesia. Por lo tanto, aunque la Revelación que Dios nos otorgó por Jesucristo es inmutable y eterna, la manera en que esta es cumplida sí es adaptable a las circunstancias y exigencias de cada época (cf. DV 8.9.10; GS 4.11).

El Papa Francisco, cumpliendo la misión de mantener fiel a la Iglesia en el cumplimiento de su misión, al cumplirse 50 años de experiencias sinodales (se han llevado a cabo 16 Sínodos ordinarios y 3 extraordinarios a lo largo de casi 60 años), ofreció a los obispos una perspectiva más integral de la experiencia del Sínodo. Para el Papa, el Sínodo no era solo una institución para consultar a los obispos sobre temas actuales; el Sínodo debería de ser una experiencia de la Iglesia entera la cual, gozando de la asistencia del Espíritu, expresa el sentido de la fe respecto a los temas contemporáneos. Con estas palabras lo decía:

Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar «es más que oír»[12]. Es una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7).

No es una democracia, pues no se trata de que todos “voten” por tal o cual tema; es un ejercicio en el que la Iglesia expresa su sentir y la autoridad discierne qué es lo que Dios está diciendo a través de todos, y no solo a través de una persona. La sinodalidad por tanto es una experiencia de la Iglesia entera en la que se reconoce como un Pueblo Ungido que camina tras las huellas de Jesús, guiados por el Espíritu Santo para cumplir con fidelidad su misión. Sin duda, es una experiencia que impulsa a la jerarquía a vivir su ministerio con mayor cercanía a la comunidad y con una actitud abierta y dispuesta a discernir las voces del Espíritu.

Ante esta perspectiva eclesial el Papa propuso el “Sínodo de la Sinodalidad”, es decir un Sínodo para discernir ¿cómo estamos viviendo esta la sinodalidad en la Iglesia; qué estructuras tendrían que modificarse para ayudar a que la sinodalidad se refleje en la Iglesia? ¡Sin duda, será una experiencia muy enriquecedora para toda la Iglesia!

He escuchado voces que están preocupados por lo que resultará de esta experiencia sinodal; voces que no están de acuerdo en que la Iglesia deba actualizarse; inquietudes sobre si se introducirán los temas de ideología de género, participación de la mujer en la Iglesia, sacerdotes casados; e inquietudes acerca de si la Iglesia se está democratizando al escuchar a todos los fieles.

Es normal que los cambios generan inquietudes; sin embargo, quien se inquiete porque la Iglesia se esté actualizando en la manera en que cumple su misión, es que no conoce la historia de la Iglesia. Desde los primeros años con los apóstoles, hasta la actualidad, la Iglesia ha evolucionado en sus formas de anunciar el Evangelio.

Los temas polémicos son parte del ambiente, y por ello se buscarán mejores caminos para llevar el Evangelio a esos ambientes. Y en cuanto a la duda de la “democratización” del ejercicio del ministerio jerárquico, la sinodalidad no es una democracia, más bien, es una transformación del ejercicio jerárquico, al que se le pide escuchar y discernir antes de decidir. El documento final del sínodo siempre pasa por la revisión y aprobación del Papa, que tiene el deber de hacer el último discernimiento, y para lo cual goza del auxilio del Espíritu Santo.  

Las tres preguntas clave del sínodo giran entorno a la comunión, la misión y la participación, y estas son: 

1. Una comunión que se irradia. ¿Cómo podemos ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano? 2. Corresponsables en la misión. ¿Cómo podemos compartir dones y tareas al servicio del Evangelio? 3. Participación, responsabilidad y autoridad. ¿Qué procesos, estructuras e instituciones son necesarios en una Iglesia sinodal misionera?

De estas preguntas saldrán reflexiones que estoy seguro enriquecerán la fidelidad de la Iglesia, pues como dice el Concilio Vaticano II, “toda renovación en la Iglesia consiste esencialmente en un aumento de la fidelidad a su vocación” (UR 6).  Oremos, y hagámoslo con insistencia para que el Espíritu Santo guíe la realización y la recepción de este ejercicio eclesial.

Mons. Héctor M. Pérez

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