En ocasiones podemos preguntarnos si el amor de Dios es igual aquí, en China o en cualquier otro lugar del mundo, la respuesta tendría que ser un rotundo sí. El amor de Dios es absolutamente igual en cualquier lugar que nos encontremos, lo que puede cambiar es la forma en que vivimos y manifestamos nuestra fe.

Hay países que tienen otras culturas, otras religiones predominantes en las que los cristianos son minoría y muchas veces son relegados; otros países en los que por el tipo de gobierno que rige en esas naciones cuentan con una iglesia oficial del estado, por lo que, el catolicismo en comunión plena con el Papa vive de forma clandestina; también hay lugares en los que anunciar el evangelio puede costar la vida.

Nosotros tenemos la gracia de haber nacido en un lugar en el que podemos vivir y manifestar libremente nuestras creencias, quizá podemos pensar que hay gobiernos o políticas pocos favorables, incluso contrarias, a nuestra vida de fe, pero en realidad, ninguna que nos prohíba definitivamente expresar nuestra fe.

La iglesia en su esencia es misionera, y siempre ha contado con hombres y mujeres de fe que recorren todo el mundo para anunciar el amor de Dios, y en todas partes se anuncia exactamente lo mismo, es decir, que Dios nos ha amado tanto, que envió a su Hijo único para salvarnos; el mensaje es el mismo, la forma se adecua. Pero qué es lo que mueve a estos hombres, mujeres, matrimonios y familias a dejar todo por ir y anunciar este amor, sin duda, tendrá que ser una experiencia profunda de Dios encarnado en sus vidas.

Nuestra reflexión empezaba con una pregunta, y ésta nos puede llevar a cuestionarnos: ¿en qué consiste el amor de Dios? El apóstol san Juan, en su primera carta nos exhorta a reflexionar sobre el amor a Dios y sus consecuencias, es decir, nos muestra que el amor de Dios, siempre va ligado con el amor al prójimo.

En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación, para el perdón de nuestros pecados (1Jn 4,10).

Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1Jn 4,19-29).

Por eso, cuando hablamos del amor de Dios, más que hablar de cumplir con una serie de reglas y normas que nos marca la vida eclesial, o de hacer grandes sacrificios y esfuerzos por ser buenos, deberíamos hablar de la experiencia del amor de Dios en nuestras vidas. Nadie puede dar lo que no ha recibido, nadie puede amar si antes no se ha sentido amado, y aunque Dios nos ama hasta el extremo de entregar a su propio Hijo por nuestra salvación, si no hemos tenido la experiencia de sentirnos amados por él, esto del amor a Dios y al prójimo puede parecer una utopía, más aún, cuando se habla de amar incluso al enemigo.

El apóstol san Juan dice que él nos amó primero, y nos amó cuando hemos sido débiles y pecadores; y nos ha perdonado cada vez que hemos recurrido a él con sincero arrepentimiento; cada vez que recibimos el perdón de los pecados en la confesión, podemos experimentar este amor gratuito y la misericordia del Señor. Y cuando nos sentimos perdonados podemos perdonar a los que nos hayan ofendido, o podemos pedir perdón si, con nuestras palabras o acciones, hemos lastimado a otros, es decir, cuando uno experimenta profundamente el amor de Dios, surge también el amor al prójimo.

Cuando uno se ha sentido amado por Dios, quiere que los demás también lo experimenten, por eso tantos misioneros anuncian el amor de Dios en todo el mundo, porque son testigos de la misericordia, y pueden decir que el amor Dios es igual aquí …… y en China.

Mons. Andrés Luis García Jasso

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 24 de agosto de 2021. Es el primer obispo mexicano emanado del Camino Neocatecumenal.

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