Es una muy triste motivación el hacer el bien sólo por miedo a ser castigado. El que vive así no ha comprendido que hacer el bien es en sí una recompensa, pues toda persona buena experimenta la paz y la alegría de ser fiel a la vocación a la que Dios la llama.
Quien sólo hace el bien para evitar un castigo se parece al hermano mayor del hijo pródigo que reclamaba amargado que siempre había cumplido la voluntad del padre. Se había comportado como empleado ¡no como hijo amado! El temor no es una buena motivación. El amor sí.
Dice San Juan: “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque Él nos amó primero.” (1Jn 4,18-19).
Cuando se conoce el infinito amor de Dios, cuando se experimenta Su inagotable misericordia, surge espontáneo el deseo de corresponderle, de ser como Él espera. Recordemos ese famoso soneto a Jesús Crucificado, atribuido a Fray Miguel de Guevara (‘No me mueve mi Dios para quererte..’.) en que el autor dice que para amar al Señor no lo motiva ni el cielo ni el infierno, sino contemplarlo en la cruz y comprender cuán grande es Su amor por él.
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