Es verdad que, como afirma San Pablo en 1Tim 2,5, Cristo es el Único mediador entre Dios y los hombres, pero ello no impide que otros puedan interceder por nosotros ante Él.
Considera esto: Un niño puede hablar directamente con su papá, pero cuando quiere que éste le conceda algo especial, puede pedirle a sus hermanos que le ayuden, que hablen también con él. Lo uno no quita lo otro. Y si quien aboga por el niño es un hermano que se lleva muy bien con su papá, hay más posibilidades de que éste tome en cuenta la petición.
Ahora bien, si en una familia los hermanos se apoyan mutuamente ante su papá, ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo ante nuestro Padre Dios? Ello no sólo no impide que cada uno se dirija directamente a Él, sino que le da un apoyo extra al hacerlo, algo que no se debe desaprovechar.
Conviene recordar que en numerosas ocasiones San Pablo solicitó que oraran por él (ver Rom 15,30, 2Cor 1, 11, Col 4,3, Ef 6,18s), ello significa que aparte de hablar directamente con Dios, conviene pedir a otros que le hablen a Él de nosotros. Y si nos resulta valiosa la oración de quienes aún están en la tierra, ¡cuánto más la de quienes ya viven en el cielo!
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