Un hombre contaba emocionado que había estado a nada de ganarse el premio mayor, que por poquito se sacaba la lotería. Le preguntaron qué número había comprado y respondió que ninguno, que el ganador del premio era su vecino.
Como este iluso casi-ganador, podemos caer en el error de pensar que lo que hacen los demás también es nuestro logro, aún sin que exista intervención de nuestra parte.
Hay padres de familia que no van a Misa porque dicen que sus hijos van por ellos. Conocí a una persona que cínicamente se escudaba en un pariente sacerdote para decir que ya tenía perdonado todo por el simple hecho de tener a un consagrado en la familia.
Sabemos que el poder de la intercesión es muy grande y que se pueden hacer obras materiales y espirituales en favor de los demás, pero hay mucho de diferencia en que alguien se atribuya méritos de otros en favor propio sin poner nada de su parte.
Si consideramos que el juicio final será una experiencia personal, es una torpeza pensar que se pueden atribuir los méritos de los demás por una simple cercanía física, social o de parentesco.
Procuremos no zafarnos de nuestras responsabilidades de manera comodina, sino al revés, busquemos diariamente agregar buenas obras a nuestra vida. Así, en lugar de decir -Yo no hago tal o cual cosa porque ya la están haciendo otros por mí-, digamos por contrario. -Si otros hacen buenas obras yo también las debo hacer-. Y así, multiplicaremos los efectos, con méritos propios y no ajenos.
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