Me compartió la anécdota el Padre Manuel. Cuando él era seminarista, su grupo organizó una misión en uno de los barrios más pobres de la periferia de la ciudad. Visitaban casas y convivían con la gente. Para concluir la visita, los vecinos los invitaron a compartir. En la casa donde le tocó, una señora compartió con él la poca comida que tenían, sobre una mesa ya muy vieja y bajo un techo de láminas.
Casi para terminar, la dueña de la casa le hizo una sentida petición al seminarista: -Le pido de favor que nunca deje de rezar por los pobres. Nosotros tenemos qué comer y una casa, pero hay gente que sufre por no tener nada.
¡Qué gran enseñanza hay detrás de esta solicitud! Casi siempre nos enfocamos en lo mucho que nos falta y no en lo mucho que tenemos. Muchos nos sentiríamos desgraciados si viviéramos en las precarias condiciones de la señora que conversó con el padre Manuel, pero ella se sentía bendecida por el sustento.
Enfocarnos en la necesidad de los demás puede ser un excelente ejercicio para descubrir las muchas bendiciones que tenemos y no agradecemos, por tener la vista en supuestas carencias, anhelando la mayoría de las veces lo que en realidad no necesitamos.
Nos queda de tarea orar por los pobres, por aquellos que carecen de mucho y hacer lo posible para ayudarlos en sus necesidades. Y también nos toca orar por los otros “pobres”, tal vez nosotros mismos, que, teniendo mucho, nos sentimos olvidados por no apreciar las múltiples bendiciones que hemos recibido.
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