Sentir como si anduviéramos en los comienzos de la Iglesia, como Jesús, los Apóstoles y las mujeres que lo acompañaban, andando por las calles, literalmente bajo el quemante sol, visitando las casas con sus enfermos y sus lacerantes dramas, en medio de su cruda realidad. 

Experimentar la frescura de la gracia al conocer dentro de esta humilde comunidad a muchos recién tocados por Dios, apenas convertidos y llamados ya a su Iglesia. A familias que compartían generosamente de su pobreza, y que le hacían sentir a uno, el más dichoso, el más afortunado. Pues nos daban de comer, no solo a dos o tres, en una ocasión fuimos 11 misioneros, y nos dijeron, pasen todos, y Dios hizo rendir una vez más las tortillas y los pescados. 

Contemplar una Fe viva, responsable, masiva y fraternal, además de un amor entrañable y comprometido con Dios. Militantes sencillos pero firmes y dispuestos a servir. Niños y jóvenes saliendo de las pequeñas casas rumbo a la Iglesia móvil, para aprender de Dios y alabarlo, como en los mejores tiempos. Un par de monjitas que nos hicieron rejuvenecer, refrescar y fortalecer nuestra Fe. 

Poder tocar y oler, literalmente, la piel y la vida herida de las personas. Y en medio de esta precariedad, soledad y enfermedad, palpar la cercanía íntima y comprometida del Señor. Él estaba ahí realmente con ellos. Se sabía con certeza, pues se respiraba una bella fragancia espiritual. No tenían templo y andaban errantes de plaza en plaza, porque en ningún lugar los dejaban establecerse para celebrar su Misa, pero una cachetada pascual me dio el Señor: pues, al pedirle a Él, como dueño del Universo, un templo material para este pueblo, Dios mismo, a través de su pastor el padre Óscar Lomelín, me dijo, hay comunidades con templos muy hermosos pero vacíos.

Aquí hay una Iglesia incipiente, amante y fervorosa. Entusiasta. Aunque no haya un templo parroquial, la Iglesia son ellos, y podrán celebrar la Misa en cada plaza – aunque los corran cada vez -, pero antes, se cansarán de correrlos, que de haber parques y calles donde la celebren. Incluso en el mercado rodante, ya se lleva a cabo la Eucaristía, bajo el sol, la lluvia o las estrellas. El templo podrá esperar, Dios indicará el tiempo y el lugar.

Y se apoyará sin duda, de los caballeros del rosario, hombres que con su nobleza y gallardía, ayudan, rezan y luchan por la causa del Señor. Y no se diga, del grupo de matrimonios, que aunque incipientes, ya realizan por sí solos, retiros para atraer más familias a Dios.

Envidiable Iglesia en salida, sin templo, ni casa, ni oficinas propias. Pero sintiéndose, eso sí, ya comunidad y familia, confiada absolutamente en el Señor, que está con ellos, prodigándoles gracias, a manos llenas. 
Extraordinaria y tonificante misión vivida, que me permitió experimentar la plenitud del sacerdocio, y sentir cuánto vale la pena servir al pueblo amado del Señor. Gracias padre Óscar, por compartirme un poquito de tu paraíso. 

Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.

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Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
Etiquetas: misión parroquial

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