Un domingo soleado después de misa de 11 am, vi a una mujer policía a la entrada de la colonia donde vive mi hermana, pues hay una pequeña caseta de vigilancia al empezar la calle. Al verme dar la vuelta en la esquina me siguió mientras me estacionaba en la casa de Betty.

A mitad de calle y sin apagar el coche, la mujer salió disparada de la patrulla dejando la puerta de par en par abierta, enfundada toda ella en su uniforme azul marino, su apretado cinturón con macana, su cachucha negra con visera, sus lentes oscuros, abalanzándose hacia mi amenazadoramente…

Al verme a los ojos, y ya con los latidos de mi corazón a todo lo que da, sin miramientos me espetó:

¡Padre, usted me casó, queda arrestado!

– Soy inocente, le contesté con las manos en alto.

– Y en eso suelta una carcajada, no se crea padre.

– No me asuste, mujer, que casi me da un infarto.

– Jejeje, Usted, tal vez no me recuerda, pero estuvo conmigo en momentos muy difíciles de mi vida, y también de mi corporación. Usted celebró la misa por uno de nuestros compañeros asesinado por la delincuencia.

– Sí lo recuerdo bien, fallecido en una emboscada en los límites del Estado, y a ti te liberaron después de unas horas, ¿verdad?

– Así es padre, fue cuando después me encontré con usted.

– Sí, tus superiores me mandaron a visitarte a tu casa, para acompañarte y darte ánimos.

– Así es, recuerdo que estuvo en mi casa. y desayunamos unos lonches, ¿se acuerda?

– Sí, en la colonia de los policías. Ahí estaba tu pequeña hija, y el papá de tu niña, ¿verdad?

– Así es padre, y ahí fue donde decidí casarme con él.

– Sí, dijiste que para eso te habían liberado, ¿te acuerdas?

– Jejejej, sí lo dije ???? Y tiempo después, tuve la fortuna de casarlos.

– Sí lo recuerdo perfectamente, pero ya lo perdoné, padre, jeje

– Y también recuerdo muy gratamente cuando los acompañaba los domingos en el gran patio del campo 1, para celebrarles la misa, confesarlos y bendecirlos, me acompañaban entonces unas jóvenes monjitas, aquello duró un año y medio, hasta que me enviaron a servir en la Ciudada de México.

– Así es padre, fueron momentos muy felices y bellos que todos recordamos. Yo llevo esos recuerdos en mi corazón, lo disfruté bastante.

– Ahorita que pasó lo reconocí padre, y no quise desaprovechar la oportunidad: Aquí le traigo mi nueva patrulla. Siempre que recibo una, busco que le echen un poco de agua bendita; de por si andamos entre matorrales y disparos, como para no traer la bendición de Dios.

– Solo Dios sabe dónde andan ustedes los policías, las enormes cargas que soportan y los grandes peligros que enfrentan. Él te ve siempre y, si abres tu corazón, lo verás en tus faenas diarias. Quédate con Dios, Él va siempre contigo.

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.

Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.

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