Los Santos Inocentes, el episodio bíblico de la matanza decretada por el rey Herodes contra los niños menores de dos años en Belem, con la intención de asesinar al Niño Dios, es un pasaje que parece repetirse aún hasta en nuestros días, pues hay niños sin culpa alguna que pierden la vida todos los días como es el caso de los millones de abortos que se practican en el mundo, y que están legalizados por algunos gobiernos, o a causa de la violencia intrafamiliar y social.
Incluso, se han reportado robos de infantes con la cruel intención de alimentar el tráfico de órganos.
Hay otras formas de envenenar y pervertir a la niñez, como es el caso de la pornografía y la prostitución infantil, organizadas de manera clandestina en complejas redes internacionales; la pederastia que la Iglesia ahora combate entre malos sacerdotes con tolerancia cero; el mal uso que en ocasiones se da a las redes sociales y que ponen en peligro a la infancia ante gente pervertida, por citar unos cuantos casos de estas lamentables formas de atacar a la niñez.
En algunos países en guerra, como se ha dado en algunas latitudes de África, se han armado ejércitos de niños que son capacitados para matar con armas largas, e incluso, el terrorismo internacional se ha valido de los niños para acciones tan crueles como es el uso de los cinturones explosivos.
Los Santos Inocentes no es un simple pasaje del Nuevo Testamento escrito por San Mateo, y ya anunciado de manera profética en el Antiguo Testamento; alguno de los evangelios apócrifos del siglo VI retoman la cruel escena.
La experiencia histórica ha demostrado que en los más sonados y crueles genocidios, incontables niños, sin culpa alguna han perdido la vida al lado de sus padres, ya sea por cuestiones raciales o religiosas; durante la II Guerra Mundial, en los campos de exterminio nazis, incontables niños fueron sacrificados en las cámaras de gases.
Igual ha ocurrido y ocurre con aquellos niños que nacen con alguna enfermedad, y que son sacrificados por sus padres bajo consejo de médicos poco éticos.
Se dice que la infancia es el futuro de la humanidad y en efecto, lo es, razón de sobra para que sean protegidos y amados, no tan solo en el seno familiar y social, sino por los propios gobiernos.
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