MIRAR

Estamos iniciando la Cuaresma, tiempo de preparación para celebrar fructuosamente la Pascua, el paso de la muerte a la vida con Cristo muerto y resucitado. En esta ocasión, el Papa Francisco nos ha invitado a convertirnos, para ser verdaderamente libres. Pero, ¿no somos libres? ¿De qué o de quiénes somos esclavos?

Cuando alguien no puede vivir sin el celular, pues no presta atención a los demás, ni a su familia, no descansa, no lee un libro o la Biblia, no estudia, no ora; ni en Misa lo apaga; es esclavo del celular.

Cuando alguien no puede prescindir del alcohol, porque tomando se siente otra persona, o porque los amigos lo presionan y no resiste, es esclavo del alcohol.

Cuando alguien está obsesionado por el placer sexual, por la pornografía, por una relación extramarital, y sobre todo si es un pederasta, es un esclavo del sexo.

Cuando alguien siente que no vale si no compra cosas, aunque no las necesite; si no sale a divertirse cada fin de semana; si siente la necesidad de vestir a la moda, de tatuarse como los demás, es un esclavo de sí mismo y del medio ambiente.

Cuando alguien quiere tener más y más dinero, y para ello no le importa robar, pagar mal a sus empleados, extorsionar, secuestrar, e incluso asesinar, es un esclavo del dinero.

Cuando alguien quiere ganar una campaña electoral a base de ofensas y descalificaciones a los demás, y si su objetivo es sólo el poder y el dinero, es un esclavo de la mala política.

¡Y tantas otras esclavitudes que cada uno de nosotros puede tener! La Cuaresma es un tiempo propicio para cambiar nuestro estilo de vida, para convertirnos en personas útiles a la comunidad, para decidir ser libres.

DISCERNIR

El Papa Francisco, en su mensaje para esta Cuaresma, nos dice:

“Hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo?

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Dios no quiere súbditos, sino hijos.

Podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza”.

ACTUAR

Tú y yo, ¿de qué o de quién somos esclavos? Aprovechemos esta Cuaresma para liberarnos de nuestras cadenas y ser libres. Regalémonos tiempos de silencio personal para reflexionar en nuestra propia vida; no le tengamos miedo al silencio. Leamos algún texto bíblico y apartemos unos ratos para estar con Dios, en una iglesia, o en cualquier lugar, sin distracciones. Hagamos una obra buena a pobres, migrantes, enfermos, ancianos, encarcelados, minusválidos, huérfanos, viudas, etc. Eso es poner en práctica las tres obras clásicas de la Cuaresma: ayuno, oración y limosna. Esta liberación nos hará mucho bien. ¡Haz la prueba!

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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