Cuentan que había una gota de agua en un pequeño estanque que se sentía inconforme de vivir ahí, pues según decía, quería ser parte del mar. Así que un día convirtiéndose en nube, viajó y viajó por el cielo, hasta que vio una enorme extensión de agua y sin pensarlo, se precipitó sobre ésta segura de que había llegado al mar. Y aquella gota de agua con vocación de mar, se convirtió en charco…
Así en la inmensidad del horizonte que se abre en nuestras vidas, vamos caminando buscando ser felices. Cada paso que damos va dando sentido a nuestras vidas; desde que nos llevaban de la mano al colegio, hasta que elegimos la profesión o el oficio que nos gusta desempeñar. Desde la elección de los amigos, de los entretenimientos, de las pequeñas decisiones, hasta las elecciones definitivas que muchas veces exigen una profunda deliberación, como descubrir la vocación personal y decidir por la vida consagrada, el matrimonio o la soltería.
En el universo, en la historia de la humanidad, en el momento histórico que nos ha tocado vivir, cada uno somos como una gota de agua, imperceptible, minúscula, invisible pero con vocación de ser mar, porque nunca habrá otra gota que pueda reemplazarnos.
“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota” decía Santa Teresa de Calcuta.
En nuestro caminar encontraremos muchos espejismos que nos engañan mostrándonos una felicidad efímera: las ideologías perversas, el consumismo, el hedonismo, tentaciones que nos impulsan a lanzarnos al primer charco sin alcanzar a ver la majestuosidad del mar; pero el mar sigue ahí, el Señor nos espera siempre porque somos para Él, esa gota amada e insustituible.
“Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”
San Agustín.
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.
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