Libre al fin, del estrés, las preocupaciones y las prisas que producen ciertas responsabilidades, hoy soy la más feliz espectadora del retorno a clases, viviendo de cerca la impaciencia con la que mis nietas esperaban el día de volver a la escuela, conocer a su maestra, encontrarse con sus amigas, y estrenar mochila, colores, libros, cuadernos y un largo etcétera.
Al verlas, vienen a mi mente tantos recuerdos… desde el primer día de escuela del primer hijo, hasta la graduación del último; recuerdos llenos de nostalgia, de anécdotas, de momentos felices y otros muy difíciles. Pero cada nuevo año escolar llegaba lleno de ilusiones y propósitos, impregnado de la esperanza que nos movía y sostenía en la tarea educativa de los hijos.
Siempre estuvimos convencidos de que, la labor de la escuela no se reduce a la mera instrucción, pues su función debe convertirla en la mejor aliada de los padres de familia, provocando, a través del aprendizaje, que cada niño y niña, descubran y desarrollen sus capacidades y logren los valores necesarios para ser hombres y mujeres de bien, preparados y dispuestos para el servicio a la sociedad. Formar, familia y escuela, “buenos cristianos y honrados ciudadanos” (Don Bosco).
Mis nietas han iniciado el recorrido del conocimiento, y sus papás el camino de la educación formal de sus hijas. En la senda, encontrarán ilusiones, alegrías y también momentos difíciles; pero sin duda, la esperanza, que es la virtud que nos impulsa a seguir adelante para construir un mejor mañana y una mejor sociedad, siempre será su mejor guía
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