Preparen el camino (Mt 3, 1-12)

En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: “Arrepiéntanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río. Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham.

Comentario

San Juan Bautista es una de las figuras centrales del Adviento que invita a la preparación ante la pronta venida del Señor. De hecho, su personalidad bastante sobria y austera denota que su existencia está al servicio de su misión.

En este domingo hemos escuchado el llamado enérgico que el Bautista dirige a sus interlocutores: “Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca”. Es el mismo llamado que resuena al interno de la Iglesia en este Adviento: “conviértanse”. Si notamos, esta expresión de san Juan está conjugada bajo el modo imperativo, por lo que se muestra un carácter urgente, serio y sin vacilaciones.

El Cardenal Carlo María Martini en una carta pastoral que dirigió a la Arquidiócesis de Milán en los años 1985-1986 escribía: “El amor de Dios es serio porque suscita nuestra libertad y se arriesga confiando en ello. Corre el riesgo que ella diga que no, condenando a sí misma la ruina y el fracaso. Es serio porque nos pone en guardia contra este riesgo, hablando de ello abiertamente, avisándonos del daño irreparable hacia dónde vamos, si nos obstinamos en rechazar el amor”.

El amor de Dios es serio, porque el Padre se compromete con el ser humano en su rescate salvífico; es serio, porque el Hijo ha comprometido su existencia asumiendo nuestra carne mortal para restituir al hombre aquella imagen que se había deformado por el pecado. En fin, es serio, porque el Espíritu Santo actúa en la Iglesia para que el ser humano deje de ser esclavo de sí mismo y viva como hijo. Con todo esto, podemos comprender que la conversión no es un llamado de tipo moral, sino una invitación a orientar la vida hacia aquel que viene: Cristo. Pero, ¿por qué hay que orientar la vida a Cristo?

Tertuliano, un Padre de la Iglesia del siglo II, expresa que, “Cristo le descubre [al hombre] la sublimidad de su vocación”. De modo que, orientar la vida a Cristo es tan necesaria porque sólo en Él es posible vivir nuestra vocación de ser hijos en el Hijo de un mismo Padre.

La conversión no es una operación fácil; dirigir la mirada a Cristo no siempre es sencillo, porque Él en la desnudez del pesebre y de la Cruz, desarma nuestro orgullo y autosuficiencia; pero es tan necesaria y urgente para transformar el entorno.

P. Julio César Saucedo

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