En un diálogo reciente, sostenido al interior de un templo de Cádiz (sur de España) el ex presidente de gobierno Felipe González habló de las “utopías regresivas”. Citando al ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, subrayó que “las utopías regresivas son una estupidez”. Y lo son.
El ex mandatario español ponía por caso un país en que se decía que si lo de los setenta del siglo pasado había funcionado, pues entonces había que volver a los setenta del siglo pasado. Matar al neoliberalismo con el “neopobrismo”. Es decir, matar la desigualdad promoviendo la pobreza pareja para todos, menos para los gobernantes “revolucionarios” (a los que González llamó “robolucionarios”). Como si en 50 años, los años de cambios más acelerados en la historia de la humanidad, nada hubiera pasado.
Toda ideología que quiere imponerse a la realidad es un desastre. En nombre de la idea totalitaria (los fanáticos, como decía Amos Oz, solamente saben sumar hasta uno) se borra la realidad. Y si se lleva al terreno de la salud no solo es una estupidez, es un crimen.
¿Cuándo, por el amor de Dios, se va a dejar de usar la utopía regresiva y afrontar la realidad de quienes -jóvenes, niños, el presente y el futuro del país- necesitan la vacuna? No la Abdala ni la Soberana II, sino la que funciona, aunque sea de origen neoliberal. La que puede inyectar la verdadera esperanza de un país unido, luchando para que todos tengan una vida buena.
Jaime Septién es periodista y director del periódico católico ‘El Observador de la actualidad’.
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