Tardamos en escoger un detalle: un pequeño alebrije, que regalaríamos a un visitante.
Al pagar, el artesano me preguntó: “¿No tiene cambio?”. Desde luego que se refería a pagar, de preferencia exacto, y si no, al menos con billetes y monedas cercanas al valor de la compra. Yo no tenía otra forma de pagar más que con ese billete, del cual me tenía que regresar $90.00.
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Me hizo otra pregunta: “¿Tiene 10 para darle 100?“.
En ese momento recordé como esta operación me causaba mucha confusión cuando era niño. Yo veía a mi mamá sacar de su monedero una moneda y recibir un billete más “grande”.
Cuando ayudé a un tío a vender tacos afuera de una escuela, comprendí el valor de tener cambio para atender a los clientes. Entendí que era mejor deshacerse de los billetes o monedas grandes pidiendo a los clientes que ¡completaran su propio billete!
Hay tienditas que habilitan objetos como “moneda” alternativa de cambio: ya te van dando unos chicles o unos “acuarios”. Lo que en principio y sin contexto parece extraño: “¿Tiene 10 para darle 100?”, en realidad es aprender a intercambiar, a buscar equivalencias, a sumar lo que tengo con lo que me van a dar.
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¿Será acaso que al Señor debemos de darle 10 para que nos dé 100? Desde luego, poniéndonos al servicio como aquella joven mujer dijo: “Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí lo que Tú dices”* y llenos de su Espíritu, completar Su voluntad mirando por los demás.
*Lc 1,38. Traducción de la Biblia de la Iglesia en América
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