Dios “no miró con agrado” la ofrenda de Caín: eran frutos del campo, pero ¿qué le habrá presentado? Tal vez frutas fuera de temporada, de mala calidad, mal escogidas, apachurradas o seleccionadas, o ¿acaso habrá sido la actitud? “Órale, Diosito, ahí está tu ofrenda, yo ya cumplí”.
Lo que sí deja claro el pasaje bíblico (Génesis 4, 1-8) es que Caín se enojó mucho y andaba cabizbajo. ¿Acaso porque la ofrenda de su hermano sí le había gustado a Papá Dios? ¿Le habrá dicho algo Abel? “Lero-lero, mira mi estrellita” ¿Se habría sentido desplazado?
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Dios le pregunta: “¿Por qué estás enojado?” El que todo lo sabe le cuestiona para que Caín haga conciencia de la causa del enojo, de su mal humor, de su resentimiento. Pero matar a su hermano fue la “solución” que encontró Caín para liberar su enojo.
¿Cómo liberamos nuestro enojo, frustraciones y resentimientos? ¿Herimos con las palabras, con las actitudes, con hechos? ¿buscamos acaso quién nos las pague?
Sin duda que se debe resarcir el daño generado, no obstante, con la cabeza caliente, llena del resentimiento no se podrán tomar las mejores decisiones porque la mente estará tan abrumada que no verá soluciones inteligentes inspiradas en la verdad, en la justicia y en la caridad que vienen de lo alto.
Para aprender a decir: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” es necesario contestar la pregunta: ¿por qué estás enojado?
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