Seguramente te has emocionado al ver una película de amor imposible, esas donde los protagonistas pasan muchas pruebas, recorren grandes distancias y soportan todo por poder con tal de estar junto a la persona amada. Esas historias nos pegan en el corazón dejando una sensación de querer gozar de esa dicha que proyectan los amados una vez que han vencido al mundo y se pueden encontrar.
Acaba la película y volvemos a la vida real, en donde al parecer no existe ese amor y sí la aburrida costumbre. Como en la publicidad, que mueve nuestras emociones y no el intelecto, esas películas nos dan una imagen deformada, que no es la del verdadero amor, ese que se palpa y se vive a diario, pero que al mismo tiempo a veces no se reconoce y por lo tanto, se desperdicia.
Veamos algo tan simple como las labores del hogar, el llamado quehacer. Eso que se hace a diario y solamente se nota cuando no se hace.
Doña Angelita, una amiga, comentaba: “El quehacer te envejece, te embrutece y nadie te lo agradece”. Resumiendo como puede afectar la rutina a grados de un desgaste tremendo.
¿Por qué seguir haciendo lo que nadie aprecia? La respuesta es el amor. Así es, nadie que no sienta algo por los demás es capaz de hacer gratuitamente algo tan desgastante y rutinario como arreglar una y otra vez lo que los demás ocupan.
Es el amor quien mueve el corazón cuando no se encuentran motivos. Una película sobre el quehacer sería un fracaso en taquilla, pero para Dios, que ve hasta la acción más pequeña, es todo un éxito.
Correo Alberto Quiroga: albdomquir@gmail.com
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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