La Cuaresma ha comenzado, y he de confesarles que será la primera vez, después de 20 años de docencia, que no tendré alumnos para hablarles sobre el sentido profundo de este tiempo debido a que hace unos meses decidí dejar la escuela para poder estar más tiempo con mis hijas más pequeñas, pero creo que será una gran oportunidad para hacerlo ahora como mamá, de una manera más cercana.

Hace poco platicaba con mis hijos los mayores sobre cuánta falta nos hace conocer sobre nuestra religión y lo necesario que es profundizar en ella, pues no podemos amar lo que no conocemos. Estuvimos hablando de diversos temas porque les interesaba conocer la postura de la Iglesia y me quedé pensando qué importante es que nuestros hijos tengan y vivan una fe con sentido y no solo una fe impuesta que ni siquiera comprenden.

Pongamos como ejemplo la Cuaresma, ¿cuántos de nosotros no hemos pensado o vivido la cuaresma como un tiempo largo, que ojalá terminara pronto, porque está lleno de sacrificios, ayuno, abstinencia? Y no porque el sacrificio, el ayuno o la abstinencia sean algo malo o anticuado, sino porque quizá no comprendemos el propósito fundamental de este tiempo.

Sabemos que la Cuaresma dura 40 días, en la Biblia el número 40 hace referencia a un tiempo de prueba. Recordemos que Jesús pasó 40 días en el desierto donde fue tentado 3 veces por el demonio, también el pueblo de Israel pasó 40 años en el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Por lo anterior podemos descubrir que la Cuaresma es un tiempo de prueba, de entrar en el “desierto”, que nos invita a separarnos de nuestro confort para ir en búsqueda de algo mejor, de esa tierra prometida que podemos encontrar en la Resurrección.

Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y quiso llevarlos a la tierra prometida estableciendo una alianza pues quería tener una relación cercana con ellos, pero a lo largo de su peregrinar el pueblo de Israel desconfió y olvidó todo lo que Dios había hecho por ellos. Dios quería que vivieran libres, pero ellos no tenían el corazón para confiar en su Padre y es por esto por lo que envió a su Hijo amado para que a través de su muerte y resurrección pudiera liberarnos de la esclavitud del pecado. Aún nos falta, como al pueblo de Israel, aprender a confiar en Dios y permitirle que nos libere de todo aquello que nos esclaviza y no nos deja vivir como hijos suyos.

Por eso la Cuaresma es un tiempo “de batalla” en el que se nos invita a orar con mayor fuerza, a abstenernos de ciertas cosas para poder dar a Dios acceso a nuestro corazón y comprender qué es lo que sucede con nuestra propia historia de vida y poder así crecer en libertad y responder a la gracia de Dios, y elegir el bien y la verdad, aunque a veces no sea fácil.

Mientras el pueblo de Israel estuvo en el desierto, Dios nunca dejó de caminar con ellos, de proveer, de cuidar, de pelear con y por ellos ¿por qué no ha de hacerlo ahora con nosotros que deseamos salir al desierto para escucharlo, conocerlo y amarlo mejor?

Aprovechemos este tiempo para expandir nuestro corazón a través de la oración, la penitencia y sobre todo la vivencia de la caridad y poder así celebrar, con profunda gratitud, el misterio de amor más grande, en el que Dios nos entrega a su Hijo para salvarnos, para liberarnos de la esclavitud del pecado y ser partícipes de la victoria en la Pascua de Resurrección.

Y así el ayuno y la abstinencia no son cosas terribles del tiempo de Cuaresma sino oportunidades para amar más y mejor a Aquel que pensó que valía la pena morir por ti y por mí.

Feliz inicio de Cuaresma. Dios los bendiga.

Raquel Zermeño Ferrer

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