En un libro de Víctor Barrera Enderle titulado De la amistad literaria (Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2006, p. 52) leo esto que no sólo me pone los pelos de punta, sino literalmente a la defensiva:

“Para los Padres de la Iglesia, la literatura y la lectura de los clásicos era una pérdida de tiempo. La filosofía pasó a ser una rama de la teología, y la relación entre las personas tendrían como único fin la divulgación de la fe. Como virtud cristiana, la amistad es más un pretexto para la ortodoxia que una forma de comunicación y trascendencia”, etcétera.

No es el momento de hablar ahora ni de la filosofía ni de la amistad: ya lo haremos en otro momento. Pero, ¿es creíble eso de que para los Padres de la Iglesia la lectura de los clásicos era una pérdida de tiempo? Eso sólo pueden afirmarlo los que no han leído a los Padres de la Iglesia. ¿De dónde obtuvo este autor tal noticia?, ¿quién lo engañó haciéndole creer semejante absurdo?

Hoy, por ejemplo, todo el que quiera reconstruir, aunque sólo sea en trozos, los libros perdidos de los más célebres autores paganos de la antigüedad, tendría por lo menos que leer a Clemente de Alejandría (circa 150-215), que los citó con profusión en todas sus obras y es considerado, además, un Padre de la Iglesia. ¿Quiere usted conocer máximas de filósofos conocidos y desconocidos? Entonces, lea usted a Clemente de Alejandría. ¿Quiere recuperar, aunque sólo sea fragmentos extraviados, de los trágicos griegos? Pues bien, no deje de leer a nuestro Clemente. Pocos hombres han sido tan cultos como él.

Incluso, fiel a su teoría de que los filósofos griegos habían hurtado a los judíos lo mejor de su sabiduría, y que tanto Sócrates como Platón se habían nutrido de Moisés, hizo ímprobos esfuerzos para demostrarlo. Los puntos en común entre el pensamiento griego y el pensamiento judío lo llenaban de estupor. ¿Cómo eran posibles tales y tantas coincidencias? Si Clemente, además de dejarse guiar por Filón, su paisano, hubiese seguido también a San Justino, reconociendo como semillas del Verbo lo que de verdadero y bello encontraba en los autores paganos que leía, su trabajo habría sido, sin duda, mucho más fecundo. Pero de que no consideraba una pérdida de tiempo el leer a los clásicos, de ninguna manera lo consideraba una pérdida de tiempo. Véase, si no, un ejemplo de la titánica labor clementina por encontrar los puntos en que ambos pensamientos, el judío y el griego, se encontraban y coincidían:

“A través del profeta Isaías, el Espíritu Santo ha gritado: ¿De qué me sirve la multitud de sus sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de animales cebados; la sangre de novillos, corderos y chivos no me agrada (Isaías 1, 11); poco después, añade: Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones (Isaías 1, 16). Y, a su vez, el cómico Menandro escribe con estas mismas expresiones:
“Si alguien piensa hacerse favorable a Dios,
            ¡oh Pánfilo!, ofreciendo como sacrificio
            una cantidad de toros o de cabritos, o, ¡por Zeus!,
            de cualesquiera otros animales u objetos fabricados,
            clámides hechas de oro o de púrpura,
            o figurillas de marfil o de esmeralda,
            ése se ha engañado y tiene pensamientos de poco valor.
            En efecto, es necesario que en el hombre fructifique lo mejor,
            que no corrompa a las doncellas y no sea adúltero ni ladrón
            y que no mate por motivo de riquezas.
            No codicies siquiera una aguja, Pánfilo,
            pues Dios, que está presente en todo, te observa [Fragmentos 683].

Yo soy un Dios cercano y no un Dios lejano. ¿Qué hombre hará algo a escondidas sin que yo lo vea?, dice por medio de Jeremías (23, 23-24). Y de nuevo Menandro, parafraseando aquello que dice la Escritura: Ofrezcan sacrificios justos y confíen en el Señor (Salmo 4, 6), escribe de la siguiente manera:

Ni una aguja ajena, ¡oh queridísimo!,
            has nunca de desear; porque Dios se complace
            con obras justas, no injustas…
            Ofrece a Dios sacrificios perfectos,
            no tan brillantes en clámides como en el corazón…
            En efecto, Dios, que está cerca, te observa [Fragmentos  683].

“Por su parte, el cómico Dífilo dialoga igualmente acerca del juicio:

“¿Piensas tú, Niceratos, que los muertos
            que han gozado en vida de todo tipo de libertinaje
            escapan de la divinidad como ignorados?
            Hay un ojo de justicia que lo ve todo.
            Y decimos también que hay dos sendas para ir al Hades:
            uno es el camino de los justos, y otro el de los impíos…”
[Clemente de Alejandría, Stromata (V) 119, 1-3; 120, 1-2; 121, 1. 3].

He aquí la prueba de que para los Padres de la Iglesia la lectura de los clásicos no era una pérdida de tiempo, como algunos sostienen con ligereza. Pero como el asunto vale la pena, seguiremos hablando de él todavía en nuestra próxima entrega.

*El P. Juan Jesús Priego es vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

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P. Juan Jesús Priego

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