¿Ya mañana es miércoles de ceniza? me preguntaba mi esposo el otro día, ¡pero si acaba casi de empezar el año!, me decía asombrado y sí, el tiempo de cuaresma estaba por comenzar y quizá ni tiempo tuvimos para planear cómo vivirla de una manera más profunda y significativa.

Ahora hay que pensar en los menús para los viernes de abstinencia, así como decidir qué sacrificio ofrecer durante este tiempo, ¿será quizás el chocolate, el café, el delicioso pan dulce, el cigarro, menos horas frente a la tele o en las redes sociales?  Y claro, no olvidar asistir a la Iglesia el miércoles de ceniza para que nos coloquen en la frente nuestra cruz de ceniza. Ahora sí, estamos listos para comenzar la cuaresma.

Y es cuando me pregunto, ¿en verdad estamos listos?, ¿en esto consiste realmente la cuaresma?, ¿en una serie de prácticas exteriores que a veces realizamos sin ni siquiera saber su significado más profundo? A veces pareciera que al inicio de este tiempo se nos dan una serie de acciones que debemos “cumplir” para ir poniéndoles palomita y así al finalizar la cuaresma, podamos recibir nuestra recompensa en la gran fiesta de la Pascua:  por fin volver a comer chocolate, tomar el cafecito y volver a hacer los maratones de series en Netflix o en Amazon prime.

Y con todo esto no quiero decir que las prácticas cuaresmales de ayuno, abstinencia y limosna estén pasadas de moda o no tengan valor, al contrario, tienen un gran valor y significado, pero pienso que nos hemos quedado con la parte más básica, en los signos exteriores y hemos olvidado mirar a lo profundo de nuestro interior. Ya nos lo recordaba el profeta Joel en la primera lectura del miércoles de ceniza, “enluten su corazón y no sus vestidos”.

La cuaresma es un tiempo de gracia que se nos concede para ir a lo más profundo, a lo más humano, al centro de nuestra vida y mirar el corazón.  Jesús nos los recuerda en el Evangelio de San Mateo cuando les dice a sus discípulos que, al hacer oración, ayuno o dar limosna, no lo hagan para que los demás los vean si no que al realizar estas prácticas lo hagan en lo secreto, pues allí en lo secreto es donde el Padre está.

Es por esto que hoy quiero invitarlos a vivir esta cuaresma como una oportunidad para adentrarnos, junto a Jesús, en el desierto, ese desierto interior donde nos encontramos vulnerables, donde no hay nada que esconder, ni nada que aparentar, donde nos percibimos limitados, pobres y donde podemos descubrir sinceramente aquellas cosas que nos hacen esclavos y no nos permiten vivir confiados como dignos hijos del Padre.

Es ahí donde Dios nos está esperando para vaciarnos de nosotros mismos y dejarnos llenar por Él, para descubrir realmente quiénes somos y reorientar nuestro camino. No tengamos miedo de exponer nuestro corazón al Padre.

Dejemos pues de ponernos en el centro y permitamos que Dios tome el control y trabaje en aquellas partes de nuestro corazón que más necesitan ser amadas y transformadas.

Y entonces sí, desde esa mirada profunda a nuestro corazón, en el desierto que decidimos vivir estos días junto a Jesús y en silencio junto al Padre, descubramos aquello de lo que necesitamos despojarnos para dejarnos amar por Él y entregarnos verdaderamente a los demás. Así nuestra oración, ayuno y limosna no se limitarán solo a los 40 días que dura la cuaresma, sino que serán compañeros de camino durante toda nuestra vida.

Más artículos del autor: ¿Quieres hablarles a tus hijos de amor, muéstrales la Eucaristía?

 

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

 

Raquel Zermeño Ferrer

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