Los conocí muy jóvenes, viví de cerca su ilusión por casarse y formar una familia. El tiempo pasaba y, mientras sus amigos tenían un hijo, y otro y otro más, ellos seguían en la paciente espera del bebé que, sin razón aparente, se tardaba en llegar a sus vidas.
Los meses se convirtieron en años de esperanza y desesperanza, de confianza y reclamo, de fe y desolación; se requiere, lo sabemos, de una fuerte lucha interior para acatar la voluntad de Dios a pesar de nuestros deseos, de nuestros argumentos y de nuestros juicios humanos: ¿Es justo que algunas madres desechen a sus hijos y acaben con su vida mientras que otras, que los desean, no reciben el don de la maternidad?
Y la respuesta está lejana a nuestra comprensión limitada, pero la Fe se fortalece sabiendo que Dios hace lo que nos conviene, según su infinito amor, su infinita misericordia y su infinita justicia.
Y después de más de una década de matrimonio, ellos recibieron en sus brazos a una pequeñita hermosa que llegó a sus vidas, provocando una alegría semejante a la de los papás que después del parto al fin pueden conocer y abrazar al hijo tan deseado y esperado, olvidando todos los dolores y sufrimientos por la prolongada espera.
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Ella no la dio a luz, él no la engendró, pero seguramente desde que tomaron la decisión, la adoptaron también con el corazón, rezando por ella y por su madre biológica; deseándola, aceptándola y amándola con ese amor incondicional que solo los papás sabemos dar.
Ahora los puedo imaginar como a cualquier matrimonio novato, cambiando pañales, preparando biberones a media noche, procurando no hacer ruido para no despertarla, y contemplando a su hija durante largas horas. Dios les ha compensado la espera, eligiendo el mejor momento de su vida para entregarles a su pequeñita y concederles el Don de la paternidad. Dice el Eclesiastés “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se hace debajo del sol tiene su hora”.
Quienes los conocemos hemos sido testigos de su inquebrantable fe, pero también de su crecimiento personal, profesional, de compromiso social, y de su vida llena de generosidad y entrega para todos los que los rodean y hoy compartimos su felicidad.
En los duros momentos que vivimos, donde la violencia y la muerte son la principal noticia, es difícil encontrar motivos para festejar a nuestra patria maltrecha y ultrajada. Requerimos volver los ojos a la familia y descubrir caminos para su reconstrucción.
Una mamá que conservó y defendió la vida de su hijo y lo da en adopción para brindarle una mejor oportunidad de vida, unos brazos ansiosos de abrazar y un matrimonio deseoso de educar y trascender a su propia vida, una organización como VIFAC que protege la vida brindando alternativas a las mujeres desamparadas y un hogar y un futuro a sus bebés, son suficiente motivo para festejar a México.
Porque mientras trabajemos por la vida, la familia y la educación nuestra patria seguirá viva y estaremos construyendo caminos de esperanza para su futuro.
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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