Lejos queda aquella famosa publicación del alemán Werner Keller, quien a finales de los años 50 se propuso verificar la autenticidad y veracidad de los relatos bíblicos a la luz de la arqueología.

Los resultados fueron dados a conocer bajo el título “Y la Biblia tenía razón”, un libro que asombró al mundo y se vendió por millones. Aunque la idea era original y en sus páginas se ofrecen datos válidos e interesantes, hoy podemos decir que se equivocó en el método, pues realizó una lectura fundamentalista de la Biblia.

Esto es un hecho común en los inicios de la arqueología en el Próximo Oriente, pues a causa del racionalismo de la época que negaba muchas de las afirmaciones teológicas de la Sagrada Escritura, los primeros arqueólogos, lejos de ir a la caza de tesoros, tenían una misión apologética: confirmar lo que dice el texto bíblico.

Con el paso del tiempo, y la experiencia en muchas campañas arqueológicas, se vio que aquella intención inicial no se correspondía con los resultados encontrados y que, lejos de confirmar o desmentir la Biblia, la arqueología era una ciencia que aportaba un sinfín de datos para estudiar y comprender mejor los libros bíblicos.

Hoy sabemos que la Biblia no puede ser tomada como un manual de historia sin hacer crítica histórica de sus textos. Así mismo, la arqueología no ha de tomarse como una disciplina subordinada al texto sagrado, sin considerar su propio valor como ciencia que sirve de instrumento en la mejor comprensión del mensaje revelado.

La Biblia es un libro de fe en el cual queda plasmada la relación de una comunidad de creyentes con Dios en un periodo temporal concreto, y que tiene como fin seguir edificando la relación del creyente actual con Dios. La Palabra de Dios se halla encarnada en el hombre, con sus limitaciones y grandezas, y éste lo está en la historia. Sin el conocimiento profundo de la historia humana será muy difícil interpretar la multitud de matices que el mensaje ha ido adquiriendo conforme a los diversos tiempos y culturas en que ha sido puesto por escrito.

Biblia y arqueología no se repelen, sino que se complementan. Demostrar las posibles evidencias del diluvio universal o de la Torre de Babel, constatar si existen vestigios arqueológicos de los reinados de David y Salomón, tratar de localizar el Paraíso Terrenal, o averiguar si las murallas de Jericó fueron derribadas por las trompetas de Josué o ya estaban destruidas, han sido enigmas a los que se han enfrentado numerosos arqueólogos con más o menos éxito.

Si bien, un sencillo e importante paso ha sido puesto en práctica en las últimas décadas: ir desde la arqueología hacia la Biblia y no viceversa. Sólo así esta ciencia será una herramienta útil que nos ayudará a saber qué datos de la Sagrada Escritura han de ser juzgados como históricos y cuáles han de ser considerados como teológicos, y de esta forma poder comprender y estimar el texto sagrado en su sentido original para seguir afirmando, con completa precisión que “la Biblia tiene razón”.

*El autor es profesor de la Universidad de León (España) y profesor de Arqueología Bíblica en la Sociedad Bíblica Católica Internacional. 

Lee: La Biblia y la ciencia, ¿criterios opuestos o complementarios?

Jorge de Juan Fernández

Es profesor de la Universidad de León (España) y profesor de Arqueología Bíblica en la Sociedad Bíblica Católica Internacional.

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