Algunos me reclaman que como sacerdote me atreva a opinar sobre algo tan superficial como son los concursos de belleza. Estoy de acuerdo en que estos son una frivolidad y que no merecen la atención de un clérigo, quien debe centrar, más bien, sus reflexiones en Dios. Sin embargo estos certámenes forman parte de la cultura, y la cultura es el escenario en que Dios ofrece su luz y salvación. Así que estos torneos de belleza femeninos también necesitan salir de la oscuridad.

Cuando era adolescente y joven me gustaba contemplar cada año la belleza femenina en el concurso Miss Universo, pero una vez que me pareció que entre las bambalinas del certamen había corruptelas e intereses políticos para definir las reglas y otorgar los premios, decidí no seguir jamás aquello que tenía más de farsa que de competición. Luego el concurso tuvo un declive cuando a la reina ganadora se le prohibía opinar públicamente sobre ciertos temas que eran políticamente incorrectos, como por ejemplo declararse persona pro-vida. La mayor fractura llegó cuando en 2018 un hombre representando a España se coló travestido para concursar entre las misses.

Hoy la franquicia de Miss Universo ha sido adquirida por un hombre millonario asiático que se hace pasar por mujer llamado Anne Jakrajutatip. Cuando tenía cinco años de edad sufrió disforia de género, esa enfermedad mental que hace que una persona se sienta atrapada en un cuerpo equivocado. En 2018 se sometió a sus primeros tratamientos hormonales y tiempo después entró a cirugía para lograr asemejar su cuerpo, lo más posible, al cuerpo femenino. Después de sus estudios universitarios en Australia creó “Life Inspired for Transsexual Foundation”.

En su discurso la noche del certamen, el sábado 14 de enero, dijo: “Bienvenidos a la plataforma del empoderamiento de las mujeres. Miss Universo ahora será manejado por mujeres y para todas las mujeres, para que celebren el poder del feminismo, la diversidad, inclusión social, equidad de género y creatividad que son causas para el bien”.

Jakrajutatip merece nuestra compasión y respeto a su persona. Sólo Dios sabe lo que habrá sufrido y él juzgará su alma. Lo que no podemos ni debemos admitir es dejarnos envolver por la mentira de su auto percepción. Él es libre de percibirse como mujer o como lo que quiera, pero nosotros no podemos ser parte de sus malabares mentales y percibir como mujer lo que no es una mujer. Tampoco podemos aceptar que se degrade a las mujeres reales revolviéndolas con mujeres fake: esto aplasta la dignidad de la mujer.

Bajo la dirección del señor Jakrajutatip el famoso certamen ha caído totalmente bajo el poder aplastante de la ideología de género y al mundo se le envía un mensaje: cada persona puede conformarse con la imagen que quiera tener. La imagen hace a la persona y no la persona a la imagen. “De este modo –dice Agustín Laje– las imágenes se disponen como puntos de referencia para la construcción de identidades líquidas que se parecen cada vez más a meras mercancías”.

Vivimos en una cultura que está obsesionada por la belleza. La ética ha dejado de ser importante. En el diseño de uno mismo todo se vale. Uno puede diseñarse a sí mismo con el sueño que uno tenga, aunque ese sueño esté lejos de la realidad, que es la naturaleza. Enseña Laje: “Los imperativos estéticos barren a los imperativos morales: lo importante no es el alma, ni siquiera la personalidad, sino el diseño del cuerpo, el diseño de lo que puede ser registrado y difundido en una imagen. El yo se torna superficial; se inscribe en la superficie epidérmica”.

“Dios ha muerto”, proclamó Federico Nietzsche, y cuando matamos a Dios ya no tenemos por qué preocuparnos de diseñar el alma. Sólo queda el cuerpo para ser trabajado –violentando su misma naturaleza– con maquillaje, cirugías, hormonas, tatuajes, spas o gimnasios. Así lo fake va ganando terreno sobre lo real, y la sociedad se va convirtiendo en pura joyería de fantasía. Pero los diseños corporales son siempre una apariencia, un encubrimiento. Por debajo está el clamor de las almas desesperadas por encontrar la luz de la Verdad, el Bien y la más pura Belleza.

Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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