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El próximo domingo 1 de septiembre, el Papa Francisco nos ha convocado a unirnos en una Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, asumiendo la iniciativa del Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, e invitando a otras denominaciones religiosas a sumarse a esta inspiración.

¿Por qué estos asuntos le interesan a la Iglesia? ¿No son algo ajeno a su misión espiritual y evangelizadora? ¿Acaso a Dios le importan estas cosas? ¿Jesús abordó estas cuestiones? ¿No se está metiendo la Iglesia en políticas de los gobiernos?

Hace años, mucho antes de la Encíclica del Papa Francisco Laudato si (24 mayo 2015), estos asuntos climáticos ya se abordaban en mi diócesis anterior, pero parecía que lo hacíamos como ambientalistas, como aprendices de sociólogos, pues se hablaba del cuidado de la madre tierra, de la protección del medio ambiente, sin cimentarlo en fundamentos bíblicos y teológicos. Con nuestro entonces Obispo Auxiliar, Enrique Díaz, especialista en Biblia, insistimos en que debíamos abordar estos asuntos a la luz de nuestra fe. En una asamblea extraordinaria, él expuso las bases bíblicas, pues todo es obra del Creador, quien encomendó a la humanidad el cuidado de la creación, y un servidor expuse lo que ya entonces empezaba a abordar el magisterio de la Iglesia. Con estos cimientos teológicos, nos comprometimos a una pastoral de la madre tierra y del cosmos. Desde entonces, esta pastoral fue adquiriendo más y más profundidad, asumiéndola como parte de nuestra misión integral.

Cuando el Papa publicó su Encíclica, profundizamos mucho más en la convicción de que esta pastoral no es optativa en ninguna parte del mundo, sino que es obligatoria, pues está en juego la preservación de la obra de Dios, el cuidado de la casa común, la protección del medio ambiente, para la supervivencia de la humanidad.

Con todo, sigue habiendo agentes de pastoral, sacerdotes y obispos, que no le dan a esta pastoral la debida importancia, y no falta quien critique al Papa por su insistencia en que, si no asumimos nuestra responsabilidad ecológica, la degradación del medio ambiente y de la vida será cada día más catastrófica.

Pensar

En su Encíclica Laudato si, entre muchas otras cosas, el Papa Francisco nos dice:

“Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” (53).

“Tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto… Parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera” (59).

“Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (64).

“No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14) (67).

Actuar

Revisemos nuestros comportamientos habituales y procuremos una conversión ecológica integral, que nos haga responsables de la toda la creación que Dios puso en nuestras manos.

Publicado originalmente en  catholic.net

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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