Hace poco volví a leer las “predicciones” del sacerdote y teólogo Joseph Ratzinger hechas a una radio alemana en 1969.
Con el Concilio Vaticano II todavía fresco, dijo, en efecto, aquello de que la Iglesia del futuro, quizá la del primer tercio del siglo XXI, iba a ser menos populosa, y quizá más fiel.
Le dio en el clavo. En Europa ya hay templos convertidos en bares y conventos dedicados a la hotelería. En América Latina, el “continente de la esperanza”, queda la religiosidad popular. Pero la cultura católica simplemente ha desaparecido del horizonte.
Otros artículos del autor: Utopías regresivas
Aquel obispo europeo que visitó México por 1970 (con el que arranca Gabriel Zaid su ensayo “Muerte y resurrección de la cultura católica en México”) decía algo parecido a lo que estaba comentando Ratzinger en la radio: si el catolicismo no penetra en la vida pública, la Iglesia (en el mejor de los casos) volverá a las catacumbas. O a los infiernos líquidos del pensamiento débil.
Haber dejado de hablar al corazón del hombre, volvernos autorreferenciales, nos ha hecho pagar un precio muy alto. En el cambio de época vamos como navegando a la deriva.
Entiendo que seguir a Cristo no es un paseo por el parque. La “hora de los laicos” no será si no nos quitamos el miedo de encima. El encuentro está entre los que no piensan ni creen lo mismo que yo. No se trata de convertirlos, sino de enfocarlos a vivir una vida buena, viviéndola nosotros. Así de simple.
Jaime Septién es periodista y director del periódico católico ‘El Observador de la actualidad’.
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