Estábamos desayunando tamales el sábado por la mañana, cuando una señora le preguntó a su nieto: “¿Vas a querer una torta?”, y el pequeño, con el rostro iluminado, le contestó: “Sí, abue”. La señora hizo su pedido a quien atendía: “¿Me da un tamal de chilaquiles?”.
Por un instante, todos los que estábamos comiendo quedamos suspendidos en el tiempo ante petición tan extravagante, incluso para nosotros, comensales chilangos: ‘¿un tamal de chilaquiles?’
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La muchacha que despachaba el local miró a la señora con aires de superioridad gastronómica y le contestó, sin un ápice de voluntad por comprender aquella petición: “¡De eso no tenemos!”.
En ese momento sentí el deber de aventurarme en una hipótesis de interpretación, por lo que me atreví a decirle a la señora: “¿Querrá decir torta de chilaquiles?”
Ella me miró fijamente a los ojos, agradeciendo con la mirada como si le hubiese devuelto un billete perdido, diciéndome: “¡Eso, muchas gracias!”.
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El pequeño salió con su torta en la mano, y la abuela feliz de haber cumplido la promesa a su nieto.
Me quedé pensando, ¿qué comunicamos cuando decimos algo? ¿qué decimos cuando nos expresamos sólo con nuestros gestos? ¿qué contexto debemos tener presente para comprender a los demás? ¿qué tanta apertura tenemos para escuchar con el corazón?
Danos, Señor, la gracia de estar atentos para hacer vida tu Palabra.
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