Una de las primeras oraciones que me enseñó mi abuela, además del Padre Nuestro, fue aquella que se utiliza para persignarse, la Señal de la Cruz: “Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios Nuestro”.
De niño hice un crossover épico, relacionándolo con el extraño enemigo que pudiese profanar con su planta sus suelos…”, es decir, a un invasor del territorio mexicano.
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Enemigos invocados por todos lados: en la relación con Dios, al hacer la señal de la cruz, y todos los lunes en la ceremonia cívica. ¿Quiénes son los enemigos?, ¿me los invento, los fabrico, los idealizo?, ¿me los gano a pulso?, ¿aparecen sólo porque existo?, ¿los creo a mi imagen y semejanza?, ¿los selecciono en función de mis miedos, de mis intereses?
Ir por la vida con una visión dual: ¿águila o sol?, ¿salsa verde o roja?, ¿amigo o enemigo?, ¿eres de los nuestros o de aquellos? Un discernimiento que reduce el mundo a solo dos opciones, y desde luego, siempre estaremos del lado de los buenos, es más, del grupo: “no somos ellos”.
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En esta Cuaresma pidámosle al Señor que nos ayude a estar conscientes de nuestro pensamiento, palabras, obras y omisiones sobre todos aquellos que nuestra mente y nuestro corazón clasifica como enemigos, porque el Maestro ha dado el giro de tuerca y pide, nada más, que les amemos.
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