Son muchos y muy graves los problemas que nos aquejan; la situación de México es cada vez más alarmante. La pandemia sigue subiendo y haciendo estragos, acrecentando el número de contagios y de muertes. Ha afectado a la economía, aumentado el número de desempleados y el índice de pobreza de una manera brutal.
Son tantos y tan fuertes los problemas inmediatos, que quizá por resolver lo urgente nos hemos olvidado de lo importante. La situación me recuerda cuando inician las lluvias; con prontitud se van tapando los baches que representan más peligro y provocan accidentes, pero con material de tan mala calidad que en poco tiempo vuelven a destaparse y quedan más profundos.
El tema educativo no es la excepción; el debate se ha centrado en la urgente adaptación de la comunidad educativa a una nueva realidad: el tránsito de las clases presenciales a la utilización de las plataformas virtuales y la televisión, terminar los programas de estudio, el reto inesperado de los padres de familia para convertirse en maestros; de los maestros para dar clases a distancia, y de toda la comunidad para familiarizarse con la tecnología.
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La incertidumbre respecto al futuro de la educación es un tema más que como sociedad nos preocupa, pero que es muy anterior al coronavirus que llegó simplemente para desnudar y exhibir una dolorosa realidad que durante años y años ha mantenido a México en los últimos lugares de rendimientos de la OCDE, pero también en la pobreza y en la falta de oportunidades.
A diferencia de los países avanzados que han puesto a la educación en el centro de sus objetivos con un proyecto sólido y a largo plazo, en México las políticas partidistas y sexenales han descalificado y eliminado iniciativas que, de haber tenido continuidad, hubieran elevado ya el nivel de educación y hecho mucho menos difícil la realidad que hoy viven los niños y los jóvenes a causa del coronavirus.
Tal es el caso de Enclomedia lanzado en el 2003, que no era otra cosa que un sistema de educación en línea que pretendía incorporar los beneficios de las tecnologías de comunicación e informática a la educación pública, vinculando los libros de texto y demás materiales producidos por la SEP con los audiovisuales autorizados.
Lo mismo ha sucedido con las últimas reformas educativas que contemplaban entre otras cosas, los Consejos Escolares de Participación Social, reconociendo la participación de los padres de familia en la comunidad educativa, un derecho natural por el que durante décadas luchamos tantos padres de familia.
Y qué decir del extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación que permitía a los ciudadanos conocer la realidad de la educación, realizando trabajo de campo, estudios comparativos, y presentando propuestas concretas para la mejora de la educación.
Entre muchos otros proyectos truncados, estos tres hubieran sido de gran ayuda para enfrentar con mejores herramientas la pandemia, que amenaza el nivel de preparación de cada niño, mientras que otros los ha obligado a desertar y muchos más sobre todo de las zonas rurales, han quedado descobijados de la enseñanza a la que está obligado el gobierno a proporcionar.
Con cada muerte, cada contagio, cada desempleado, con cada niño con enseñanza deficiente se están afectando a familias completas que sufren el dolor de la pérdida, de la enfermedad, del hambre y de la incertidumbre ante el futuro. Su sufrimiento es mi sufrimiento, su dolor es mi dolor.
La gran enseñanza y la gran oportunidad está en el despertar de una ciudadanía que ama a México y se organiza para reconstruirlo. Nuestra fortaleza está en la Fe que siempre nos ha sostenido como nación. Nuestra esperanza en la Madre que nos dice: “No estoy yo aquí que soy tu Madre, no estás bajo mi sombra en el hueco de mi manto?”
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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