Platican los abuelos que un hombre al confesar haber calumniado a un conocido, recibió como penitencia lanzar en una colina todas las plumas de una gallina para luego juntarlas y entregarlas en el Templo.
De inmediato pidió al confesor cambiara la expiación de su culpa, pues era imposible cumplir con ese castigo absurdo; a lo que el cura le respondió: “de la misma manera es imposible reparar el daño que has hecho a tu próximo, pues igual que las plumas, tu calumnia ha llegado ya a personas y lugares insospechados”.
Si bien hoy podemos estar informados al instante de hechos importantes en cualquier lugar, calumniar y difamar se han convertido en prácticas habituales en un mundo hiperconectado a través de las redes sociales; cada vez es más difícil identificar las noticias falsas (fake news) que al hacerse virales tienen como objeto influir en nuestra percepción hacia determinados hechos o personas.
Mediante esta perversa herramienta se han logrado permear en la sociedad las diferentes ideologías que ponen en duda el proceder de líderes, pensadores, políticos, etc. cuya integridad queda dañada aun demostrando la falsedad de lo que se ha difundido.
Si bien desde el tiempo de nuestros abuelos se veía como irreparable el daño causado por una calumnia o una difamación, hoy, aunque el relativismo ha deformado a tal grado las consciencias de manera que nos sentimos con el derecho de opinar, divulgar y juzgar las acciones de nuestros semejantes, nuestra responsabilidad y el perjuicio que podemos provocar es mucho mayor ante las personas afectadas directamente, y ante la comunidad que hemos influenciado y dañado con nuestra falta consciente o no, a la verdad.
Si bien hay grupos que se dedican a atacar a la Iglesia, a veces nuestra postura como católicos en las redes sociales no está muy lejos de la de los fariseos y los escribas del tiempo de Jesús, juzgando y exigiendo a los obispos, sacerdotes y al mismo Papa lo que para nuestra mirada miope es “trascendente e importante” y dejando de lado la caridad, la solidaridad, el cuidado de la tierra, y el llamado insistente del Santo Padre para ser Todos Hermanos.
El daño que hacen aquellos católicos líderes que a través de Twitter u otros medios critican al Papa y a los obispos, lastiman no es solo a sus personas, hieren el corazón de la Iglesia que formamos todos, calumnian y difaman al sucesor de Pedro, y no obstante el bien que muchos de ellos hacen en su profesión o trabajo, dañan la consciencia y ponen en peligro la fe de quienes los siguen y creen en ellos.
Que nuestra acción en las redes sea lo que queremos decir en unidad con nuestra Iglesia y Jerarquía “porque de la abundancia del corazón habla la boca”
Señor, haznos instrumentos de tu paz.
Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.
Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios.
Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas
Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:
donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad;
donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos;
donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
Papa Francisco
52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
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Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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