En una conversación de trabajo, presumía un hombre de cincuenta años el tener muy buena memoria. Y un compañero lo interrumpió para preguntarle.

-¿Entonces por qué el otro día no recordabas el nombre de ese jefe que te hizo la vida imposible?
La respuesta no fue la esperada.

-Pues precisamente porque tengo muy buena memoria. Como cualquier herramienta, me debe servir para ayudarme, no para entorpecerme. Por eso digo que es muy buena, me ayuda para olvidar y dejar atrás lo que no vale la pena.

La charla continuó -Te pongo el caso de nuestro ex compañero Tal, ¿recuerdas? cada vez que platicábamos con él, se la pasaba recordando todo lo mal que la vida lo había tratado, odiaba a personas que estaban muertas, por ofensas que le habían hecho hacia años.

Su mala actitud, provocada por estar centrado en lo negativo, lo hizo perderse de muchas buenas oportunidades, lo alejó de la gente y lo sumió en un mundo de rencor.

Tenía una memoria prodigiosa, recordaba con lujo de detalles todo lo malo que le había pasado. Parecía que no tenía capacidad de olvidar, y por lo mismo, no perdonaba.

Por eso te digo, yo tengo muy buena memoria, me borra las ofensas y me deja avanzar. Me quedo únicamente con lo positivo de las experiencias. – concluyó, mientras sus compañeros coincidian en lo positivo de olvidar.

Se dice que la memoria es como un músculo. Si se ejercita en lo negativo, recordará únicamente esto, tal como le sucede a algunos obreros que sufren deformaciones en los brazos por hacer muchas veces un movimiento que activa solamente unos músculos, mientras otros no.

No deformemos nuestra memoria recordando exclusivamente lo negativo. Pidamos a Dios aprender de las pruebas y olvidar las ofensas.

 

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

 

 

Alberto Quiroga

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