El día de Reyes es una de las fiestas más antiguas de la cristiandad, mejor conocida como Epifanía, palabra griega que significa manifestación. A estas alturas, es de sobra conocido que el número, nombre, edad y nacionalidad de los Reyes magos no está definido en la biblia (ni siquiera el que sean reyes o magos), sino que son un símbolo con un significado totalmente ecuménico: Dios se manifiesta, se hace presente a toda la humanidad, representada en la figura de los reyes magos.

Las primeras representaciones de los “sabios de oriente” no se ponían de acuerdo con su número, que terminó definiéndose en 3. Número al que rápidamente se le revistió el simbolismo de incluir a las edades del hombre (juventud, madurez y vejez) y a los continentes en ese entonces conocidos (Europa, Asia y África) cuya población se consideraba heredera de los hijos de Noé: Jafet, Sem y Cam, respectivamente. Así llegamos a la iconografía por todos conocida: un Melchor anciano y caucásico, un Gaspar maduro y apiñonado y un Baltazar joven y de tez oscura (aunque en algunas partes de latinoamérica Melchor es el de piel morena).

De este modo, Baltazar quedó como representante de los hijos de Cam, sobre quienes según un relato bíblico pesa una horrible maldición que les condena a ser esclavos. (Gn 9, 20-27) Lamentablemente, este versículo sirvió para justificar la esclavitud de las personas africanas y afrodescencientes en los países cristianos durante muchos siglos. Y, aunque afortunadamente la esclavitud y el tráfico de personas ya están condenadas y perseguidas, no podemos olvidar dos cosas: 1) la deuda histórica que seguimos arrastrando contra las poblaciones afrodescendientes e indígenas; 2) las creencias y prácticas de racismo que seguimos reproduciendo.

Algunos de los rostros del racismo en México los encontramos de forma sistémica, institucional e individual. Por ejemplo, que el 80% de la población indígena viva en pobreza es consecuencia del racismo sistémico donde el único “indio” que importa es el “muerto” del “glorioso pasado”, mientras que el “vivo” es marginado. Además, que el Estado no reconozca a la población afrodescendiente es una muestra del racismo institucional que invisibiliza, ignora y desatiende a personas, dejándolas en la vulnerabilidad.

Finalmente, muchos de nosotros hemos sido cómplices del racismo a nivel individual cada vez que nos burlamos de alguien en la escuela o el trabajo por su color de piel y nos excusamos en que es humor; cuando recomendamos “mejorar la raza” en la búsqueda de pareja; o cuando vinculamos atributos negativos como ignorancia y violencia a personas con tez oscura. E incluso cuando negamos que existe racismo en nuestras sociedades.

En cualquier caso, el racismo atenta contra el gran significado de la Epifanía. Por ello, como cristianos, debemos redoblar esfuerzos por construir una sociedad justa a la luz del Evangelio, donde ningún tipo de discriminación encuentre cabida ni justificación.

Por: David Vilchis, responsable de investigación del Instituto Mexicano de Doctrina Social (IMDOSOC)

Más artículos del autor: “El pobre es pobre porque quiere”

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

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