Dice san Francisco de Sales que una causa de nuestros pecados es el ‘amor propio’.
No se refiere a que no debamos amarnos. El ‘amor propio’ consiste en amarnos más que a Dios y más que a los demás; atender sólo a nuestro propio interés; procurar sólo lo que nos gusta, sin tomar en cuenta los gustos de otros; estar siempre buscando tener poder, recibir honores, aplausos, despertar admiración; ser hipersensibles a la crítica y si no recibimos de otros lo que esperamos, ‘sentirnos’, ofendernos, violentarnos, resentirnos.
Decía san Francisco que nadie escapa del amor propio, pero no hay que dejar que se salga de control y nos domine, y hay que estar atentos, porque aparece cuando menos lo pensamos y le hace jugarretas aún a las personas más santas, porque es sutil, y puede incluso llegar a ¡ser confundido con virtud!
Se requiere astucia para detectarlo y la gracia de Dios para combatirlo.
Dice el santo que no nos hagamos ilusiones, que derrotaremos nuestro amor propio sólo cuando nos muramos. Pero que no hay que desanimarnos ni darnos por vencidos pues con ayuda de Dios, humildad y perseverancia podemos y debemos ganarle en las batallas diarias.
Sé de alguien que cuando capta que su amor propio le está inspirando una idea o actitud, da al aire una bofetada imaginaria y dice: ‘¡zape al ape! (se refiere a las siglas a.p. de amor propio) y se dispone a contrariarlo, que es lo que aconseja san Francisco. Da risa, pero dice que también da resultado.
A semana y media de iniciar la Cuaresma, propongámonos dedicarla a combatir nuestro amor propio, y démosle continuamente ¡zape al ape!
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