Toda buena madre es también buena maestra. Y si esto aplica a las mamás en este mundo, ¡cuánto más a nuestra Madre del Cielo!
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Santa María de Guadalupe despierta nuestro amor, nuestra ternura, nuestra devoción y gratitud, pero si le preguntáramos, de seguro nos diría que lo que más gusto le daría es que aprendamos de Ella. Es que vino a darnos muchas lecciones, pero como lo hizo, como lo hace todo, delicada y discretamente, tal vez no las hemos captado, necesitamos poner atención. Por ejemplo, considera al menos 7 de sus valiosas enseñanzas:
Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, dividido en grupos de personas que se oponen ferozmente a otras que no comparten su fe, sus ideas, sus metas, etc.
Santa María de Guadalupe nos enseña que es posible reconciliar a los que parecían irreconciliables. Por ejemplo, Ella es judía, pero su nombre es árabe. Es mestiza. Concilia en su persona pueblos que parecían irremediablemente enemistados: el judío y el árabe, el mexica y el español. Nos enseña que no existen los enemigos, que todos somos hermanos de Su Hijo. Como lo dirá san Pablo: “todos sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3, 28).
Vivimos en medio de la prisa y la agitación, tratando de resolverlo todo por nosotros mismos, pensando que no tenemos tiempo para orar. Santa María de Guadalupe en cambio está siempre orando, lo vemos en sus manos unidas a la usanza española y en su rodilla doblada, que indica un paso de danza, que era como oraban los mexicas. Nos enseña a no caer en la peligrosa tentación de creernos autosuficientes, sino de ponernos siempre en las manos de Dios. San Pablo dirá: “orad sin cesar.” (1Tes 5, 17).
La sociedad valora sólo a quien destaca, a quien apantalla, empuja a mucha gente a hacer menos a los demás para sobresalir. Santa María de Guadalupe en cambio, siendo Madre de Dios, no se cree superior, no desprecia a nadie (por eso resulta absurda esa oración que dice: ‘no desprecies nuestras súplicas’. ¿para qué pedirle que no haga lo que de por sí nunca hace?). Llega al grado de decirle al indio Juan Diego que es un honor para Ella ser su Madre. Es ejemplo de lo que san Pablo pedirá: “considerad como superiores a los demás.”(Flp 2,3)
Si en aquel tiempo hubieran hecho una encuesta preguntando quién podría ser considerado digno de transmitir un mensaje de la Reina del Cielo, es seguro que Juan Diego no hubiera encabezado las listas de candidatos. Y sin embargo él, que se consideraba a sí mismo mecapal, cola, ala, fue el elegido. Santa María de Guadalupe, como lo hará después su Hijo, no juzga por apariencias ni conforme a los valores de este mundo. Sabe ir más allá, a lo profundo, mirar el corazón.
En este tiempo en que tantos tienen prisa y están de malas, qué fácil tratar a los demás con expresiones rudas, ásperas, faltas de paciencia y caridad. Necesitamos aprender de Santa María de Guadalupe su exquisita delicadeza al hablar. Por ejemplo, cuando llama a Juan Diego, Juan Dieguito, no es para hacerlo menos, sino como expresión de dulzura, que no es afectación empalagosa, sino muestra de amor y de ternura.
Santa María de Guadalupe no vino sola. Traía en su seno al Verdadero Dios por quien se vive. Hemos de aprender de Ella a ir al encuentro de los demás, llevándoles a Jesús. Que puedan descubrirlo en nosotros porque amamos, comprendemos, perdonamos, ayudamos, damos testimonio cristiano.
Una amiga me dijo: ‘voy a ir a la Villa a ver a la Virgen, ¿cómo puedo aprovechar mejor mi visita?’ Le dije: ‘Ve primero a ver a su Hijo. En la antigua Basílica está el Santísimo siempre expuesto. Nada le agradará más a Ella, que lo visites a Él primero.’
Santa María de Guadalupe agradece y aprecia nuestras muestras de devoción y cariño, pero no quiere que se queden en Ella, quiere dirigirlas a Jesús. Es a Él al que nos vino a mostrar, al que nos propone conocer, amar, seguir, obedecer, adorar.
JMJ
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