AYER: Quienes ya pintamos canas o acumulamos arrugas, sin duda aprendimos en casa valores e ideales que ni la escuela ni el ambiente social nos dio. Los cuidados y atenciones de papá y mamá, de abuelos o hermanos mayores nos configuraron al punto que –mal que bien- vamos adelante sorteando dificultades y buscando soluciones, renovando principios y adaptándonos a un mundo que cambia frenéticamente. Ciertamente la parroquia ayudó a nuestro crecimiento en la fe pero tal vez nos faltó perseverancia y cuantas cosas se ha quedado solo como tradición y no constituyeron una convicción profunda. Muchos hemos tenido oportunidad de profundizar nuestra fe católica, otros la hemos dejado de lado.

HOY: En los nuevos hogares (cada vez inician a una mayor edad) la criatura (el plural se va haciendo escaso) recibe las atenciones (no siempre las más esmeradas) en los tiempos que al papá o la mamá le permiten la multitud de compromisos (o –con frecuencia- meros distractores), que ahora ya son “on-line” o “vía zoom”. Es contrastante que teniendo mayores facilidades tecnológicas, ha ido en declive la calidad y calidez que aplicamos a las relaciones en familia. Cierto, los tiempos han cambiado pero acaso no hemos crecido; los recursos son mayores pero su real aprovechamiento y disfrute es menor; las comodidades están al alcance de la mano pero la verdadera felicidad se ha hecho lejana. Algo importante nos está faltando.

SIEMPRE: Es necesario recordar que lo más precioso e importante de la vida lo hemos de recibirlo en familia, que para asumir principios y valores no son suficientes ni la escuela ni la multitud de cursos o actividades con que solemos llenar el tiempo, la atención y la formación de los pequeños. No perdamos de vista que la tecnología puede desplazar con facilidad nuestra responsabilidad y atención, sobre todo a quienes más nos necesitan. Repasemos nuestra historia en general y veamos que los grandes avances en la humanidad nacieron de relaciones humanas más cercanas, de procesos familiares más consistentes, del cultivo de valores e ideales en la calidez de un hogar estable, de una familia marcada por la cercanía y cuidado mutuo. Que lo importante nunca nos falte.

P. Eduardo Lozano

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