COMO EN TANTAS OCASIONES –casi siempre-, hoy también amanecí bien, sin mayores preocupaciones que las habituales y ya desayuné lo suficiente y nutritivo que consideré; ahora me dispongo a escribir y me surgen –desconcertante e improvisadamente- unas ganas enormes de pedir perdón, y lo quiero hacer de todo corazón…

HECHOS Y DICHOS públicos en lo que va del mes y en distintos ámbitos y niveles (la muerte del periodista Ricardo Rocha –siempre mi respeto por él-, o la cirugía y convalecencia del Papa Francisco, o el colapso de la presa Nova Kakhovka en el sur de Ucrania, o el aniversario de la muerte de dos jesuitas en Chihuahua, por ejemplo), me han puesto -¡de repente!- en un estado de revisión y/o examen de conciencia por lo dicho en esta columna semanal por varios años…

ESTOY CIERTO QUE jamás he escrito con qué intención malévola o destructiva de bien alguno, pero también estoy cierto que jamás me han alcanzado las palabras para evitar algunas exageraciones, ambigüedades, cortedades, imprecisiones y hasta ironías que delatan mi talante más terreno y humano que angelical y celícola (¡órale!, hoy conocí está última palabrita)…

DOS EJEMPLOS DOY para explicar lo anterior: el domingo pasado escribí que el bautismo era como una camisa preciosa que Cristo mismo me ha regalado y que no puedo ni quiero quitármela, y aunque amplié la comparación, no faltó un teólogo eminente a corregirme precisando la “transformación ontológica” que nos da el sacramento primero; hace años dije que la Santa Misa es una fiesta y otro eminente teólogo me señaló que el sacrificio de Cristo en la cruz no es jolgorio ni pachanga (para el teólogo “fiesta” es ruido y comedera, yo considero que la auténtica fiesta es encuentro agradecido)…

ESO DE PEDIR PERDÓN jamás puede limitarse a pedir una disculpa y seguir como si nada hubiera sucedido; tampoco es tirarse al piso para servir de tapete al ofendido (¡menos!); eso de pedir perdón debe ser un diálogo de corazones y un concierto de miradas, debe ser lluvia que fecunda la tierra humana y sol que disipa oscuridades diabólicas, debe ser un hecho sagrado y una fiesta sin fin…

PROPIO -¡MUY PROPIO!- de Dios es perdonar y en eso debemos ejercitarnos a más no poder pero conscientes de que siempre podremos más (¡!); perdonar es propio de Dios y si nos decimos hijos suyos hemos de buscar ser como los hijos del tigre: ¡pintitos!…

ESTANDO EN MODO de revisión también salen a flote las omisiones: ¡sobre qué temas urgentes y difíciles debí haber sido más contundente, más claro y directo!, y aunque no urgiera palabra sobre equis, zeta o ye, siempre quedan en el tintero inquietudes espesas, puntos que deberían unirse para ser líneas, líneas que necesitan ser moldeadas para convertirse en frases, y frases que deben constituirse en luz y sólo quedaron en el tintero…

PIDO PERDÓN EN PRIMERA persona y lo hago no con ánimos autorreferenciales o farisaicos; pido perdón –con toda intención- animando a otros a sendos exámenes concienzudos que nos lleven a mantener encendidas las luces que orientan, a no cerrar caminos para el encuentro, a no cancelar las manos solidarias…

EL PERDON HA DE PEDIRSE con humildad y ha de otorgarse con generosidad, y su resultado no es que cada quien se vuelva a su casa para volver a atrincherarse en un orgullo estúpido e inútil; el resultado del perdón ha de ser la comunión para construir el futuro y ha de ser bálsamo para sanar el pasado; el perdón siempre -¡siempre!, ¡SIEMPRE!- nos ha de colocar en ambiente de fiesta (=encuentro agradecido) y ha de trasformar la camisa más preciosa y útil en tu propia piel, en tu propia identidad (eso es lo que dijo el teólogo con “transformación ontológica”)…

CON EL PERDÓN no se nos quita lo humano pero si nos ayuda a superar lo terreno; con el perdón no nos haremos ángeles pero ten por cierto que nos convertimos en celícolas sin dejar de pisar este suelo (celícola -¡já!- es un habitante del cielo, no menos)…

P. Eduardo Lozano

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