AYER: La primera afirmación del credo recitado domingo a domingo da a Dios el título de “Padre”. Fue así como Jesús nos enseñó a referirnos a Dios y así lo transmitieron los Apóstoles y así lo continuará diciendo la Iglesia por siempre. Con tal título confesamos que Dios es origen, principio, sustento, cabeza, creador, autoridad, protector, guía, modelo, generador, presencia, fuente, compañía, razón primera y última de todo. Al afirmar la paternidad divina inmediatamente se deriva que somos hijos suyos, que por Él somos hermanos, que con Él somos familia: ni otra cosa, ni menos que eso.

HOY: En México festejamos –hoy mismo- a los papás. Es una fecha que compite –malamente- con el tradicional 10 de mayo, y que está lejos de llegarle a los talones, como decimos popularmente. Si bien tales celebraciones se han generalizado con un talante comercial y consumista, hemos de seguir subrayando lo central y valioso que son –en toda vida humana- la presencia y figura de un papá y de una mamá. Cada cual tiene su peso específico y su rol distintivo –no hay duda- y aunque la situación concreta de muchos hogares nos lleve a suplir, desplazar o reinventar esquemas concretos de convivencia, no queda duda de lo irremplazable que es cada miembro en la familia.

SIEMPRE: Solemos dividir y diferenciar roles y situaciones, pero ojalá nunca sea en tono de discriminación negativa o de confrontación retadora. Sería ideal que celebremos el hecho mismo de pertenecer a una familia, de ser papás, mamás, hijos o hermanos, o abuelos o tíos. Al final –o por principio- cada uno juega un rol polivalente y no se excluye que al mismo tiempo seamos hijos o padres, seamos hermanos o tíos: ¡sin perder identidad, celebremos la unidad! Con la variedad de celebraciones que ya hemos diferenciado, no vaya a ser que inventemos el día del nieto, o del primo, o de la nuera, o ¡de la ex-novia! Sin pretender más de lo que ya tenemos en Dios, al confesarlo como Padre –domingo a domingo- o a invocarlo como tal –en el Padrenuestro- veamos en él al origen y modelo de cada uno de nosotros: mamá, tío, cuñado, bisabuelo o simple amigo de la familia. En Dios, todos podemos aspirar a ser “papás” como Él.

P. Eduardo Lozano

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