AYER: Es útil recordar para valorar, para agradecer, para alegrarse. Si lo que viene a la memoria nos pesa, nos duele o nos entristece, tal vez no hemos crecido lo suficiente, no hemos terminado un duelo. Echo un vistazo a mi propio pasado y me alegra recordar que hace 35 años -en esta fecha- fui ordenado presbítero; comparto este recuerdo valorando lo que el Seminario me aportó en los muchos años de formación, agradeciendo al Pueblo de Dios su oración y su apoyo generoso, y alegrándome porque no faltarán jóvenes que sigan escuchando la invitación de Jesús para que sean pescadores de hombres.
HOY: Es muy cierto que los números de los seminarios no son grandes, que sigue pareciendo más atractivo cualquier otro camino que no sea el del altar y el servicio en las cosas de Dios. Es más: en las familias cristianas se habla cada vez menos de una posible vocación sacerdotal o religiosa, y son poquísimas las que piden en su propia familia el don de un hijo sacerdote o una hija religiosa. Haz una revisión de tu propia experiencia y tal vez haya necesidad de corregir el camino, de modo que tu actitud y tu acción se oriente a pedir a Jesús que envíe “trabajadores a sus campos”.
SIEMPRE: Dios seguirá actuando como Él sabe hacerlo y nos da sorpresas. Nuestras expectativas y proyecciones suelen reducirse a números, son pesimistas y a corto plazo. No tengo duda que Dios nos dará calidad más que abundancia, regalo valioso más que celofán, y no solo en los futuros sacerdotes, sino también en tantos laicos que asumen su propia vocación en medio de las realidades ordinarias. Vienen a mi cabeza las parábolas de la semilla de mostaza, del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto, de la levadura -poca- que hizo fermentar tres medidas de harina; son garantía del influjo y eficacia de los valores del Reino de Dios. También recuerdo que Jesús dijo: Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Tu oración por los futuros sacerdotes siempre será escuchada. No lo dudes.
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