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¿Qué es un diácono y qué función ejercen en la Iglesia Católica?

Diácono significa “servidor”. Los apóstoles instituyeron esta figura para atender a las viudas y huérfanos de Jerusalén.

Hay dos tipos de diaconado, el transitorio -quienes se ordenan diáconos como etapa previa a ser presbíteros- y el permanente -quienes toda su vida serán diáconos-.

Los diáconos transitorios

El Sacramento del Orden Sacerdotal -el camino para ser sacerdote- es gradual y el primer paso es ser ordenado diácono. A ellos se les conoce como Diáconos Transitorios, después se les ordena como presbíteros, y a algunos de ellos posteriormente se les ordenará Obispos.

Deberes de los diáconos

¿Quiénes pueden ser diáconos permanentes?

Fue a partir del Concilio Vaticano II cuando se restauró el Diaconado Permanente y se decidió darlo también a los hombres casados, la Iglesia Católica se enriqueció con un ministerio que dio una modalidad nueva a la misión de predicar el Evangelio.

Los Diáconos Permanentes se ordenan para ejercer la caridad de la Iglesia y para participar en la liturgia de acuerdo con el orden que reciben.

El Diácono proclama solemnemente el Evangelio, predica, bautiza solemnemente, es ministro ordinario de la comunión eucarística, asiste a la celebración del matrimonio y visita a los enfermos para consolarlos con la Eucaristía.

Los Diáconos Permanentes pueden ser solteros o casados, viven dando testimonio en su hogar, santifican su trabajo humano y dan a la Iglesia su entrega generosa, casi siempre acompañados de su esposa y de sus hijos.

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Los candidatos al Diaconado Permanente ejercen diversas profesiones: comerciantes, taxistas, empleados, técnicos, profesionistas y pensionados que ponen sus conocimientos al servicio de la comunidad.

Todos ellos tienen algo en común que es indispensable para ser aceptados: son hombres de Iglesia, es decir, ejercen un apostolado y crecen en el conocimiento de su fe.

La recomendación de su párroco, o de algún sacerdote con el que trabajan, es el primer requisito para iniciar su proceso de formación; el segundo, curiosamente, es el “permiso” de su esposa y de sus hijos quienes aceptan unirse a esta vocación tan singular de su esposo y de su padre.

Pbro. Sergio G. Román

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