A los católicos desde pequeños nos han enseñado que, al morir, si estamos en estado de gracia, nuestra alma inmortal sube al Cielo.
Pero, ¿qué y cómo Cielo?
La Iglesia nos enseña que, al morir, todos recibimos un juicio particular en el que se define el destino de nuestra alma: el cielo, el infierno o el purgatorio.
“El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica.
El Catecismo lo define como “la vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados.
“El cielo –dice el texto- es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”.
Fue Cristo quien, con su muerte y resurrección, nos abrió las puertas del Reino de los Cielos. “En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él “ellos reinarán por los siglos de los siglos”.
En una audiencia en julio de 1999, el Papa san Juan Pablo II aseguró que el Cielo no es un lugar físico.
“No es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo”, explicó.
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