Una “nueva noche vieja” pasa ante nuestros ojos.
Gran paradoja: nueva y vieja;
nueva, porque es una noche distinta como lo es cada una,
vieja, porque es la última noche del año.
Esta paradoja nos habla de lo que es la vida:
Nueva, porque la vida se renueva en el ciclo de las estaciones,
en el nacer de hombres y animales,
en el día que sucede a la noche;
Vieja, porque al día le sucede la noche,
porque a la primavera y al verano les siguen el otoño y el invierno,
porque los seres vivos envejecen y mueren.
En los pueblos precolombinos existía la firme certeza
de que a este mundo venimos a hacer el “trabajo de nuestra muerte”
y aunque la idea parece pesimista
a la luz del Evangelio tiene razón y sentido:
todo lo que inicia debe terminar,
esa es la ley primera del universo material,
todo vino a la existencia un día y todo tocará a su fin,
Pero desde Jesús, lo que parece una condena al vacío
es una certeza de eternidad:
“si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda infecundo”.
La nueva noche vieja termina su paradoja y se abre a la esperanza:
Lo viejo no está destinado a morir, sino a renacer, a rejuvenecer,
a continuar el inacabado trabajo de su maduración,
porque lo viejo no es decrepitud, inutilidad o desecho,
lo viejo es la riqueza de lo añejo,
lo atesorado con el tiempo,
lo avanzado en el camino.
Pasar de la vejez a una nueva juventud
requiere detenerse en el silencio y la escuridad de la noche
para pensar en todo lo que nos atemoriza e inmoviliza:
no son solo pecados y maldades
son cobardías, tibiezas, silencios cómplices y estériles,
son orgullos y egoísmos,
son vanidades y superficialidades,
son torpezas e ignorancia.
La noche vieja nos abraza con su frialdad que invita al recogimiento
para atrevamos a reconocer nuestros olvidos de Dios
nuestros atropellos a su Nombre
y nuestro desprecio a su amor… ahí está la raíz de todo.
Si miramos hacia atrás, veremos un año 2021 que se va cargado de vida:
por eso hay tanto que agradecer y tantas enseñanzas que sacar,
de otra manera será el paso de un tiempo estéril
que sólo administramos y que se va al rincón del olvido.
“Si el grano de trigo caído en la tierra no muere, queda infecundo”:
la última noche del año,
una noche nueva y una noche como todas las demás
aderezada con la nostalgia de ser la última del año,
es el eslabón para que,
en lo ciclos que nos hemos hecho los hombres,
pensemos en aquello a lo que hemos de morir,
tal vez lo sabemos, pero nos da miedo aceptarlo:
sólo así podremos mirar al futuro con esperanza,
porque sólo “si el grano caído en la tierra sí muere, da mucho fruto”.
El Dios eterno y poderoso,
ese Dios maravilloso que un día,
siendo Él, el grande y eterno Día,
vino al día tan breve de esta nuestra vida temporal,
nos da el regalo siempre nuevo de renovarnos en Él.
Esta noche, los ingenuos, los incrédulos, los confundidos,
confiarán su suerte a la nada a través de ritos fatuos y alucinantes.
Los que sabemos que el futuro es un don precioso de la gracia
puesto en nuestras manos para construirlo con nuestra inteligencia y voluntad,
nos postraremos reverentes ante el que es Eterno,
para que, con su ayuda,
podamos eslabonar el presente con el futuro
a través de un hoy iluminado y sostenido por Él
autor y dador de todo bien,
a través de nuestra débil y sincera disposición
a que en nosotros y en nuestro tiempo se realice su obra.
La noche vieja será así, el preámbulo de un nuevo amanecer,
de esa vida nueva que tanto anhelamos
y que es posible por la gracia de Dios.
Quien así obra, tiene garantizado un feliz Año Nuevo,
porque la felicidad no depende del azar de los acontecimientos,
ni del vaivén del voluntarismo narcisista,
sino de la apertura al plan amoroso de quien garantiza la felicidad,
de Dios nuestro Señor, origen y fuente de la alegría.
Así que,
feliz Año Nuevo a los que se abren a la esperanza de ser mejores,
feliz Año Nuevo a los que saben que pueden cambiar,
feliz Año Nuevo a los que están dispuestos a que el Evangelio ilumine sus pensamientos,
feliz Año Nuevo a los que ensayarán todos los días a ser buenos,
aunque al llegar la noche se den cuenta de que son peores de cuando se lo propusieron
y que quieren empezar de nuevo cada día,
feliz Año Nuevo, pues, para ti,
que tienes ante ti un nuevo año
una nueva oportunidad,
para caminarlo con Dios.

P. Alberto Medel

Maestro Normalista. Licenciado en Filosofía y Teología, Mtro. en Teología, Lic. Pontificio en Teología Sacramentaria. Canciller de la Diócesis de Xochimilco, Exorcista miembro de la AIE, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas de la Diócesis de Xochimilco. Párroco de “El Padre Nuestro”. Profesor de Teología de la Iniciación Cristiana, de Teología de la Eucaristía, de Teología del Matrimonio, de Semiótica, de Síntesis Teológica y varios Seminarios Teológicos.

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