En pinturas y vitrales de Iglesias, ilustraciones de libros o en artículos en internet, el modo más común para representar al Espíritu Santo, es hacerlo con la forma de una paloma. Pero, ¿a qué se debe esto?
La respuesta a esta pregunta la encontramos en los Evangelios, en el pasaje del Bautismo del Señor, con el que inicia su vida pública. Aquí te presentamos cómo nos lo cuenta San Mateo:
En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?”. Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos toda justicia”. Entonces Juan accedió a bautizarlo.
Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre Él en forma de paloma y se oyó una voz que decía desde el cielo: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”. (San Mateo: 3, 13-17)
Cabe resaltar que el Espíritu Santo es Dios mismo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, como nos enseña la Iglesia, que lo ha hecho dogma de fe. Que se le represente así no significa que sea, de ninguna manera, su forma real.
En un artículo para Desde la fe, monseñor Salvador Martínez, rector de la Basílica de Guadalupe, explica que el pasaje del Bautismo del Señor nos muestra a Dios en sus tres personas.
“El Padre representado por la voz: ‘este es mi hijo amado’; el Hijo presente en Jesús manifestado por el Padre; y el Espíritu Santo presente en forma de paloma, descendiendo sobre Jesús”.
La mayoría de autores –agrega Monseñor Salvador- ven en este hecho la primera manifestación trinitaria de Dios.
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