Uno de los dones del Espíritu Santo es el ‘temor de Dios’; sin embargo, esto llega a causar confusión en algunos fieles, pues creen que consiste en tenerle miedo a Dios.
El ‘temor de Dios’, que efectivamente es uno de los dones del Espíritu Santo (ver Is 11, 2), no se refiere a tenerle miedo a Dios, ya que Dios es amor, y aunque sabemos que un día nos juzgará, sabemos también que lo hará con misericordia.
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El temor de Dios no está fundamentado en el susto sino en el amor. Consiste en sentir hacia Dios tal amor, tal respeto y reverencia que se tiene temor de fallarle, de defraudarlo, de ofenderlo, de lastimarlo con nuestros pecados y traiciones.
El temor de Dios no hace que el alma se aleje espantada ante Dios, sino al contrario, que busque más estar a Su lado y darle gusto en todo.
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Es, como todos los dones y frutos del Espíritu Santo, una gracia divina que nos ayuda a estar cada vez más cerca de Dios y a crecer en santidad. Se entiende entonces que en un Salmo se afirme: “Dichoso el que teme al Señor” (Sal 127, 1).
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