Sabías que

¿A qué santos rezar durante los Juegos Olímpicos?

Ahora que se llevan a cabo los Juegos Olímpicos de Tokio, recuerdo que alguna vez le pregunté al pugilista Ultiminio Ramos qué le pedía a Dios antes de subir al ring, a lo que me respondió: “Que ninguno de los dos salga lastimado, porque, ¿para qué le pido ganar la pelea, si mi contrincante también le va a pedir lo mismo? Dios lo que hace es bajarse del ring, darnos la bendición a los dos y dejar que nosotros arreglemos nuestros asuntos”.

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En estos días, millones de personas de todo el mundo estarán rezando para que sus deportistas o quipos favoritos obtengan una medalla en Tokio, y Dios, con seguridad, hará lo mismo que decía el gran boxeador Ultiminio Ramos.

Los santos, a través de su forma de vida, pueden aportarnos grandes enseñanzas, pues con su ejemplo nos siguen dando cátedra de muchos valores que promueve el deporte, y con los cuales se puede ganar medallas. Sin importar el color de la presea, desearíamos ver en Tokio a nuestros connacionales ser reconocidos con alguna, pues siempre es motivo de orgullo para una nación.

En la historia de la Iglesia hay santos que practicaron algún deporte, y la lista es larga: por citar unos cuantos, Francisco Javier, cuando quería ir a una isla para evangelizar, en una ocasión dijo: si no me llevan en esa barca, me iré nadando; Teresa de los Andes, antes de ingresar al Carmelo, en Chile, practicaba el tenis y no era mala jugando; la santa australiana Mary McKillop montaba a caballo y así visitó lejanas comunidades de aborígenes, como también lo hacía san Martín Caballero en Europa.

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En México, el beato veracruzano Darío Acosta, quien fue asesinado en la Catedral del puerto, jugaba futbol, e incluso en el museo que se encuentra en la sacristía hay una fotografía suya donde porta el uniforme de su equipo, y San Agustín Caloca Cortés, canonizado en Roma en el año 2000, jugaba béisbol y futbol en su natal zacatecas.

Otros santos fueron grandes promotores del deporte, y en las congregaciones que fundaron figura el juego competitivo como uno de los grandes valores que se debe alimentar en la juventud. Por ejemplo, san Juan Bosco (1815-1888) pensó que podría ayudar a una convivencia personalizada fuera de las aulas, misma que ayudaría a potenciar las capacidades del joven en lo físico, intelectual, ético y religioso.

San Marcelino Champagnat (1789-1840), fundador de los Hermanos Maristas, consideraba que la competencia podía ayudar al trabajo en equipo y a la superación individual. Él era un hombre corpulento que disfrutaba recorrer a pie grandes distancia, y así peregrinó a varios santuarios de Francia.

Lo mismo ocurrió con san Juan Bautista La Salle (1651-1719), quien vio la urgencia de promover el carácter deportivo, académico y cultural para ayudar al fortalecimiento de valores y de la disciplina.

San Agustín, que es uno de los Doctores de la Iglesia, en su Libro Confesiones, escribió: “de niño jugaba a la pelota, y por jugar no aprendía tan pronto las letras, con las cuales, cuando mayor, habría de jugar más torpemente”. Además, dejó ver su entrega al deporte y confiesa que se encontraba “atormentado por la cólera y la envidia, cuando en el partido de pelota era vencido por mi compañero de juego”.

San Agustín agrega: “Era yo desobediente, no por hacer algo mejor, sino por afición al juego, en cuyos lances ansiaba soberbios triunfos”.

Esta reflexión nos puede servir como ejemplo de la manera en que la juventud se inclina hacia el juego, pero también nos advierte del peligro del fanatismo y de un mal encauzamiento de lo que, en principio, debería ser esa alegría deportiva y ese recreo que pueden engrandecer a las personas, como ha ocurrido con nuestros deportistas que hoy se encuentran en Tokio.

Rezar al lado de estos santos es bueno, pero imitar sus vidas es aún mejor.

*Este texto es un extracto del libro ‘Deporte, religión y valores’ escrito por Carlos Villa Roiz, periodista especializado en religión.

Carlos Villa Roiz

Periodista decano en la fuente religiosa.

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