Iglesia en México

Monseñor Vargas: “En Xochimilco, la fiesta abre el corazón a Dios”

Su padre trabajaba horadando las piedras, era minero, y murió relativamente joven a causa de las sustancias que aspiraba; sin embargo, monseñor Andrés Vargas Peña lo recuerda muy bien: “era un hombre firme, pero a la vez sumamente respetuoso”, tal como lo describen a él quienes lo conocen.

Originario de Villa de la Paz, en el estado de San Luis Potosí, fue ordenado sacerdote el 12 de octubre de 1973 y consagrado obispo el 30 de julio de 2010, de manos del Cardenal Norberto Rivera Carrera. Fue un presbítero del siglo XX y es obispo del siglo XXI.

El pasado martes 5 de noviembre, monseñor Vargas Peña tomó posesión como primer obispo de la Diócesis de Xochimilco, la cual agrupa Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac, tres alcaldías de la Ciudad de México que se caracterizan por sus fiestas y tradiciones.

Y al obispo le encanta la fiesta, porque “expresa lo más profundo del ser humano a través de sus muchas expresiones: las flores, la danza, la música; pero lo más importante de la fiesta –apunta– es el encuentro, la convivencia. Son expresiones muy profundas que permiten abrir el corazón a lo trascendente, al sentido de Dios”.

Una nueva etapa

Para Vargas Peña –quien durante nueve años estuvo al frente de la VIII Zona Pastoral “San Juan Bautista”, hoy Diócesis de Xochimilco–, si bien haber formado parte de la Arquidiócesis de México fue una “expresión hermosa”, lo que hoy se vive es una nueva etapa con mucha esperanza, pues la diócesis, como Iglesia local, se sabe responsable de todos los campos: de la evangelización, del servicio de los Sacramentos y del acompañamiento al pueblo de Dios.

Monseñor Vargas Peña tiene claros los retos que enfrenta la ahora Diócesis de Xochimilco, y de entre ellos enumera tres: renovar la catequesis, acompañar a los pueblos originario y tender puentes a las nuevas generaciones.

“Los laicos están emocionados, y yo espero que sea no sólo una etapa de retos, sino también de bendiciones”, dice el obispo de 72 años de edad, quien inicia esta encomienda con menos de 50 sacerdotes, distribuidos en más de 430 km2; unas 600 o 700 catequistas, entre 500 y 600 Ministros Extraordinarios de la Comunión, y varios grupos de jóvenes.

Comunión en la diversidad

Pese a que una de las limitaciones de esta nueva diócesis es el número de sacerdotes (46, incluidos dos religiosos), una gran riqueza –considera– es la comunión del presbiterio en medio de sus diferencias, pues constituye un “mosaico que da muchos resplandores”.

“Me gusta ir al encuentro de ellos, me gusta la forma fraterna con que me reciben; eso me encanta. Yo me invito a veces a almorzar, a comer, cuando voy de una comunidad a otra, y me siento a gusto como ellos me reciben; me gusta ir a verlos, y luego encontrarme con la Iglesia viva, con las raíces finas de la Iglesia; es decir, con los grupos pequeños de niños que estudian la catequesis, de adolescentes que siguen en el encuentro de la fe, de algunos ancianos que repasan la Biblia; esto me hace vivir”.

Y continúa: “Para mí, este encuentro me alegra porque veo que muchos tienen a Jesucristo en el corazón (…) porque veo al Señor Jesucristo que está vivo, que está ahí presente, que me invita a seguirlo anunciando y a abrirle el corazón para servirle”.

Monseñor Vargas señala que desde que se manejó la idea de crear esta Iglesia particular surgieron muchas inquietudes en el presbiterio, pero una vez que el proyecto fue madurando, los sacerdotes lo tomaron muy en serio y se constituyeron grupos y comisiones, y cada uno comenzó a asumir responsabilidades y tareas, lo cual favoreció la organización. “Todo mundo, a su estilo, está participando”.

“Esta nueva etapa –reflexiona– más que un desgaste, es más cuestión del corazón, de una actitud de fe, de confianza. Todas las tareas se tienen que afrontar y, en ese sentido, ya tenemos cierta experiencia (…) confío también en que los laicos se irán integrando poco a poco a lo que es su lugar en la Iglesia. No es que les hagamos un campito, sino que ellos son protagonistas”.

Expresiones que dan cohesión

Sin duda, el Niñopa es el gran referente religioso en Xochimilco, pero también lo es la devoción al Señor de Chalma, sobre todo en Milpa Alta y Tláhuac. “Las imágenes dan cohesión –explica– están como en el imaginario colectivo, y por eso tienen tanta importancia. Habrá quienes no sean tan devotos de la imagen del Niñopa, pero no se les olvida, están al tanto (…) es un elemento que congrega, y en ese sentido, favorece el anuncio y el crecer en la fe”.

Para el obispo, esta sensibilidad ha perdurado, se ha mantenido de manera genética en el campo cultural, porque las imágenes tenían un significado especial para las comunidades prehispánicas. El reto ahora es que esas devociones no pierdan su raíz, que es el anuncio del Evangelio.

“Son grandes retos que nos invitan a cuidar la semilla de la fe, a abrir el corazón, a no ser simples y pensar que estas expresiones, de manera automática, están expresando la fe católica”.

Roberto Alcántara Flores

Estudié Ciencias de la Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, de la Universidad Autónoma de México. Desde 2003 soy Editor General de la revista Desde la fe, órgano de formación e información de la Arquidiócesis Primada de México. Me he especializado en la fuente religiosa a través de cursos y diplomados. La tesis de licenciatura es "Exorcismos en el siglo XXI, ¿mito o realidad".

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